Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El ministro de Justicia, por las cosas que dice en el Banco Azul, es un Arévalo sin lecturas. Ayer, no sé si como ministro de Justicia o como novio de la presidenta del Legislativo (en Europa, esto de legislativo y ejecutivo es una forma de hablar), dijo que “hay que abordar entre todos (¡consenso!) la salida a una crisis y un debate constituyente”.
Si mi ensayista no me engaña, “cuando un poder ya constituido en el Estado asume de hecho el poder constituyente, no se entra en un proceso constitucional propiamente dicho, sino en un ‘golpe de Estado’, como Bonaparte”, en cuya cabeza, se ha dicho, había una incoherencia, “rasgo distintivo de todos aquellos que no colocan sus pensamientos bajo la ley del deber”, tal que nuestro Sánchez, un oso con bozal que aún se oye rezongar, pero que sus domadores hacen bailar a su gusto.
–Ese golpe no tiene que ser violento. Puede ser formalista o representativo, si una Asamblea puramente Legislativa se autoproclama Asamblea Constituyente, como sucedió en la primera Asamblea francesa y en las primeras Cortes de la Transición española.
No parece que un Arévalo sin lecturas sepa establecer la diferencia entre “constituido”, “constituyente” y “constitucionario”, que son matices de abate, pero el caso es que andaba uno abismado en la lectura del colibrí como símbolo de la sexualidad masculina de los mexica, de Miriam López Hernández, cuando me llegó el aleteo constituyente y ministril, como de vicicilín, cuya pluma, dice Gómara, es menuda, linda y de muchos colores.
–¡El 78! ¡De la ley a la ley! ¡La hora de Edmundo! (Bal, no Dantés).
Y todos rejuvenecimos cuarenta años, cuando nos enteramos por una primicia de “Cuadernos para el Diálogo” de que estábamos en período constituyente. Lo que se nos viene encima ya lo hemos vivido. No nos faltan legalistas y oportunistas (más burros, eso sí) dispuestos a atribuir ilegalmente la fuerza constituyente a un simple poder constituido. Y esta vez, sin libertades individuales.