David Adalid antes del par que nos haría llorar
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Toros saltillos en Las Ventas y la conmoción hasta las lágrimas por un par de banderillas, de poder a poder como no se ha visto, de Adalid, cuya excelencia lo condena a segundón en España.
–Desengáñese usted, don Eduardo –dijo el marqués de Saltillo a Miura–: en España ya no quedan más que dos ganaderías de postín, la mía, de toros mansos, y la de usted, de bueyes bravos.
Saltillos y miuras son los más denostados por los revistosos del puchero que atienden a las figuras del toreo, que no pueden ejercer con ellos su “arte” o postureo de mozos de billar.
Valle-Inclán, que sabe de arte más que Julián López o que José María Dolls, dice que la mayor manifestación del arte es la tragedia, porque el hombre no quiere a su semejante sino cuando lo ve en peligro, y “la tragedia sólo es real en los toros”, o sea, en los saltillos, no en esas indefensas tómbolas de carne doméstica que despacha la impostura cultural de esta época.
El martes no hubo pipas porque en el ruedo estaba “Cazarrata”, un cárdeno, claro, bragado, meano y axiblanco, quintaesencia del terror y la inhospitalidad, que desató en la arena un infierno como el de Dante, con los condenados dando saltos desnudos en un horno ardiente.
¡Qué estampa, “Cazarrata”, para que los infiernólogos hubieran elaborado la carta de persecución del diablo que se clavaba en las puertas de las iglesias!
Contra esa prodigiosa estampa que encandila al alma popular lucha el “mainstream” de la inane tauromaquia contemporánea. No es para menos.
En su libro “Populismos, una defensa de lo indefendible”, lo más interesante que se ha escrito sobre el fenómeno populista, Chantal Delsol explica cómo la élite de la ideología dominante (la socialdemocracia) insulta al pueblo que no se deja liberar, elevando su desprecio al rango de virtud.
–Ya no se trata de educar al pueblo, sino de enseñarle la Verdad, y de insultarlo cuando profiere contra-verdades.
Por ejemplo, que sin toro todo carece de interés.