Garitano, futbolista
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Si a usted, que le gusta el fútbol, y sigue más o menos la Segunda División, le preguntara el directivo de un equipo de los modestos de la Primera (pongamos Spórting, Deportivo, Éibar...) por los jugadores más destacados de la temporada con ánimo de fichar a alguno, es probable que mentaría al zurdo Pacheco del Alavés, al central Lejeune del Gerona,´del Nástic a su entrenador Vicente Moreno, Campaña del Alcorcón, el goleador del Elche Sergio León, Roberto Torres y Merino de Osasuna, de los gemelos Valcárcel de Soria, al lateral izquierdo Nano del Tenerife... y poco más.
Del Leganés, usted no acaba de ver a sus futbolistas con suficiente garantía para desenvolverse sin complejos en el Bernabéu, Calderón o El Molinón, pero pensándolo un poco mejor, el portero Serantes no desmerecería incluso en un gallito. El central Insúa es más que aseado. Szymanowski la toca con elegancia y “pulcritud” que diría Valdano. Mantovani tiene ramalazos de Mascherano y habla a sus compañeros como un profeta. Rubén Peña es incansable. Omar es mucho mejor futbolista de lo que los ojeadores (mira que llevan años mirándolo) creen; Omar no es guadianesco; Omar es canario. Guillermo está por explotar... y Garitano, el entrenador que jugó dos o tres año en el Burgos, ha hecho un equipo.
Un equipo es una comunión de voluntades, una fe ciega en el general entrenador y, si es necesario, sudar sangre ayudando a los compañeros. El Leganés, al que mi chico vio candidato al ascenso al tercer partido de comenzar la Liga, ha sido equipo serio en una temporada especialmente discreta en calidad futbolística. Ha ido marcando goles, ganando partidos y metiendo miedo poco a poco. Ha espantado enemigos casi sin querer y a pesar de que en abril tuvo principios de vértigo, resolvió al final con un merecido sobresaliente.
Cuando el Leganés jugó en El Arcángel pitó Dámaso Arcediano Monescillo, un árbitro al que un conocido de La Mancha me dijo que lo mirara y juzgara con buenos ojos. Aquella tarde, y así lo conté, creo, entonces, se convertiría en inolvidable. Arcediano Monescillo, que no demuestra parcialidad por un equipo determinado, sino que dirige como a golpe de arrebato y saca tarjetas rojas como si regalara bombones -ante el Almería, el sábado, expulsó a Lolo Reyes vaya usted saber por qué- cayó en trance al final del encuentro y como arrepentido de pitar dos penaltys a favor del Córdoba y expulsar al lateral Bustinza, pitó penalty y expulsó -al parecer ya no va a valer la regla- a nuestro portero Razak. Oltra, que hizo la de Zidane en la final de Champions, quedarse sin cambios, dejó que el centrocampista Luso se colocara de portero y... del 2-1 al 2-3. El último gol de una absurdez impropia del fútbol profesional.
A los aficionados que padecemos tanto con los equipos modestos nos alegra que los del Numancia, Éibar, Leganés... vivan años felices. En el caso del Leganés con el mérito añadido de ser casi un filial del Athletic en la temporada en la que el Bilbao Athletic ha pasado por Segunda con más pena que gloria.
Enhorabuena al Leganés.