Omaha
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Zapatero, que hubiera merecido en su día un retrato del doctor Marañón, es ya como la suegra de la catástrofe.
–Todo empezó con Zapatero –dijo Otegui, su hombre de paz.
–Zapatero es el mejor presidente de la democracia –dice Pablemos, nuestro Mortadelo de la socialdemocracia, el estatismo y la movida federal.
–Una de las pretendidas soluciones es la socialdemocracia –decía, ¡en el 35!, Primo de Rivera–. La socialdemocracia conserva, esencialmente, el capitalismo, pero se dedica a echarle arena en los cojinetes. Esto es un puro desatino.
En ese desatino andamos, con Zapatero de duende tutelar, que lo mismo se aparece a Rivera en casa de Margallo que a Leopoldo López en su celda o que a Pablemos en una caldereta de langosta… zapatera.
¡Crustáceos servidos en la mesa de Cronos!
–Luis XIV –avisó Valéry–, en cuestión de potestad, no ha poseído la centésima parte del poder sobre la naturaleza y los medios de divertirse de que disponen hoy tantos hombres de condición modesta.
Fumaroli ve que los ciudadanos de las partidocracias han pasado a ser, por círculos concéntricos, las aristocracias inmensamente privilegiadas de una humanidad proletaria que sueña con la suerte del más modesto entre nosotros, como las almas de Homero aspiran a la luz de los vivos.
¿Cómo respetará la Constitución un país que no acepta cheques bancarios?
Mientras Errejón aguarda, abrazado a su bequita, el beso de buenas noches de Evita, volvemos a lo de Primo de Rivera, en el 35, contra el federalismo que, como ahora, proponían todos “para evitar la catástrofe”:
–Hay otro género de ungüentos, pródigos en España: las confederaciones. Todos parten del supuesto de que la unión de varios enanos es capaz de formar un gigante.
Si Zapatero es la suegra, Pablemos será la nuera, y el yerno, Julio Rodríguez, ese general inconcebible en el pellejo del coronel Taylor en Omaha: “En esta playa sólo van a quedar los muertos y los que van a morir, así que salgamos de aquí”.