sábado, 31 de octubre de 2015

Un muerto



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Ahora que por “Tosantos” los jumentos de Troya (hallazgo de Rosa Belmonte) vuelven a los camposantos con la idea de secularizarlos (la “secularización” es un trabalenguas para quitarles a los muertos las cruces a que, vacilantes, los pobres, se agarran, sobre todo de noche), voy a un muerto de Ruano, nuestro grande funebrista. Un muerto de provincias, que estaba en el portal de su casa tan serio, esperando a que llegara la hora de que fueran por él. Lo tenían en el portal, metido en su caja, con el traje de los domingos y sin haber cerrado la tapa, no se sabe si por respeto o por esa enorme naturalidad que en provincias tienen para ciertas cosas. Como era la hora de comer, sus deudos lo habían dejado solo.

Nunca es así como una juerga ver, aunque sea de refilón, un muerto en su portal, ni siquiera en el ataúd en el suelo, sino con éste recostado en un muro, casi, como si estuviera de pie.
Era por la mañana, y por la tarde, al volver a salir de casa, olvidado ya del muerto, coincidió el funebrista con el entierro. (“¡Cómo suenan aquí las campanas, Dios mío! ¿Es que en Madrid no tocan ya a muerto o es que la vida no deja oír a las campanas de la muerte?”) Pasó por el portal en el momento en que sacaban al muerto, sobre los hombros de cuatro hombres que parecían muertos también. El funebrista iba en coche al casino para después ir al cine.
“¿Me decía usted algo?”, le preguntó el chófer. “No, nada”.

Y sólo entonces se dio cuenta de que iba rezando en voz baja.

Uno no conocía a este hombre, pero lo que tantas veces no se le ocurre a uno en Madrid, rezar por un muerto desconocido, aquí fue un acto espontáneo.
En la pequeña tertulia del casino, “un tío que se pasa todas las tardes protestando de todo, porque hace treinta años estuvo en París una semana”, se quejaba:

Aquí no hay vida.

Pero hay muerte, amigo mío.

(“Lo debieron de entender como una afirmación más de descontento. Pero no era eso. Bien sabe Dios que no era eso.”)