lunes, 19 de octubre de 2015

El baúl de Raúl

Festival de Chinchón
Sábado, 17 de Octubre
A la hora del Real Madrid-Levante
Callejón
Tablas de Frascuelo

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Adiós, Raúl.

    –Azul tiene un baúl Raúl / y dentro del baúl azul / tiene Raúl / un baulito / azulito.
    
Antes que dios de los piperos, Raúl fue héroe de los bizarros, entendida la bizarría en el sentido de los ilustrados, un espíritu de guerra… con entrecejo.

    En su libro sobre Moisés, el doctor Freud de Viena repara en las familias de los héroes. Todos tienen dos: una humilde, que los abandona, y otra noble, que los salva, aunque, en general, dice Freud, la familia real es la humilde, y la ficticia, la noble.

    En el caso de Raúl, la familia que lo abandona es la humilde, el Atlético de Gil (“ostentóreo”, pero humilde), y la que lo salva es la noble, el Real.

    –En todos los casos a nuestro alcance –escribe el padre del psicoanálisis–, la primera familia, aquella que abandona al niño, es la ficticia; la segunda, en cambio, la que lo recoge y lo cría, es la verdadera.
    
Recogido, pues, por el Madrid, los piperos pudieron decir que Raúl, un “indio” de San Cristóbal de los Ángeles, en Villaverde, era un “vikingo” de toda la vida en La Finca, en Pozuelo de Alarcón.
    
Dos familias y dos leyendas, la blanca y la negra.

    La leyenda blanca de Raúl son sus estadísticas (parecía el jugador llamado a alcanzar el récord de “orejonas” de Paco Gento), fatigosas como las de un plan quinquenal de la Urss, en las que falta el Balón de Oro que un día le birlaron para dárselo al pobre Owen.
    
La leyenda negra de Raúl es que lo hizo debutar Valdano, y luego, esos chismes superfluos que alegran el desayuno del pipero madrileño: que si sentó (con Hierro) a Casillas en el banquillo, que si saboteó el fichaje de Villa, que si ninguneó al Sabio de Hortaleza (¡para lanzallamas, el de Zapatones!)… y que si quiere ser presidente.

    –Bueno, sí, ¿no?
   
 Raúl fue un hombre de reto, como Frascuelo, sólo que Frascuelo, además, fue gracioso y espléndido, y el Ayuntamiento de Chinchón (anteayer, por cierto, bajo la lluvia, se dio el festival) lo nombró hijo adoptivo. (Los toreros no suelen ser espléndidos porque saben lo que cuesta ganarlo. Los cineros, tampoco, pero porque saben lo que cuesta mendigarlo.)

    De Raúl la imagen que nos queda es su dedo chitón en Barcelona, mandando a callar al Campo Nuevo para celebrar su gol. Una escena digna de Frascuelo.

    De Frascuelo cuenta Cañabate que un día, en una fiesta campera, se comían los asistentes un cordero asado. Al lado, amarrado a un árbol con una cadena, un enorme mastín leonés con espolones tarazaba los huesos que le arrojaban.

    –¡Cualquiera le quita al galán éste un huesillo! –exclamó un comensal.
    
Cualquiera, no sé –contestó Frascuelo–, pero yo, desde luego.
    
Y sin decir más, se puso en cuatro patas y fue acercándose, despacio, al mastín, que le miraba de reojo y gruñía. Frascuelo echó mano a un hueso, y el perrazo le lanzó un mordisco en la pantorrilla, respondiendo el diestro con un bocado a la oreja del can.

    –Y así, mordisco va y mordisco viene, se estuvieron un rato, hasta que el mastín renunció a seguir comiendo huesos.
    
Que es, concluye Cañabate, lo que se espera de un delantero centro.

    Raúl no fue un delantero centro, pero nos hacemos  la idea de que ante el mastín del Barcelona fue Salvador Sánchez Povedano, Frascuelo.



LA CENA DE LOS IDIOTAS
    Se culpa a Benítez del muermo de la vida madrileña, pero el muermo, en general, es la socialdemocracia. Socialdemocracia es ir al Bernabéu a cantar el himno de la Décima rodeado de chinos. Para eso, casi mejor quedarse en casa a pelar patatas, como dice Hughes, que es el gran cronista de este tiempo. El fútbol tiene mucho de patatero, y en la mili, el día que te tocaba pelar patatas, acababas jugando al fútbol en la cocina con los huevos cocidos para la cena. Por cierto, que a Pacojémez el periodismo matalón lo está convirtiendo en el idiota de “La cena de los idiotas”, jaleándole por las goleadas que se lleva el Rayo como Brochant jaleaba a Monsieur Pignon por sus construcciones con mondadientes. “¡Qué fenomenal juega el Rayito!”. Se trata de colocarlo a pelar patatas, si no en el Combinado Autonómico, en el Madrid.