jueves, 17 de abril de 2014

Miércoles Santo en Córdoba. De la lejía en el manto de las Lágrimas a la Piedad de las Palmeras

   
 En la Mezquita, ante Anás

 Virgen de las Lágrimas con manto prestado

 El Cristo de Las Palmeras

 Dimas y Gestas

   La Paz y la Esperanza, bordada en plata


Francisco Javier Gómez Izquierdo
 
Me contaba un cura a la puerta de la Mezquita que “.... el Lunes Santo uno ó varios ateos vertieron lejía u otro líquido corrosivo al manto de la Virgen de las Lágrimas”.  Ateos dice el cura desde una mesura franciscana. Las doctrinas deicidas repartidas en octavillas por ciertos miserables asentados en la vagancia y el pesebrismo, además de la absoluta ignorancia de varias mozas irreverentes que se creen muy listas por representar a los comedores de naranjas y a los amigos de la marihuana, llegan irremediablemente a los asentamientos de la gandulería con resultados tan sorprendentes como este intento de asesinar, no sabemos si con nocturnidad, pero sí con alevosía (sin defensa posible) a la Madre de Dios.
    
No cabe indignarse más. Hay gente así. Gente preparada para hacer el mal con cobardía, que espera su recompensa terrenal. A la Virgen de Las Lágrimas no le faltó ropa. La Hermandad del Rescatao ofreció el mismo lunes el manto de la Amargura y en la Mezquita vimos llorar amargamente a María , Madre de Dios.

   A los ateos que ofendieron a la Hermandad del Perdón, habría que presentárselos a los hermanos de la Piedad en las Palmeras, el barrio marginal cordobés. Después de doce horas tras su crucificado con un orden y un respeto reverencial, sólo queda agradecerles el esfuerzo que muchos sabemos cuesta a unos auténticos guerrilleros que batallan en pos de asentar buenas costumbres. La Pasión y la banda gaditana de Vejer ponen el vello de punta en la estrecha calle del Cardenal González y como tengo poco tiempo acelero el paso hacia Santa Marina en busca de la Paz.

    La Paz es sobrecogedora. Sus hermanos presumen de palio, de candelabros, de estandartes, de formalidad.... y lo hacen con razón. Los cordobeses, y aquellos a los que ha llegado su fama, tienen como precepto ver a la Virgen de la Paz y la Esperanza. Imposible a la salida, a no ser que vayas tres horas antes, y ni soñarlo de recogida, abarrotado el tramo entre los Jardines de Colón y la Plaza de Capuchinos, que todos conocerán si han visitado el Cristo de los Faroles.

Un servidor, que no es experto semanasantero, se queda embobado mirando el paso que precede a la Paz. Los nativos le dicen el Cristo de la Humildad, pero desde que lo vi por primera vez me refiero a él como el del buen y el mal ladrón, pareciéndome -y que nadie se moleste- el más airoso. ¡Cómo lo mecen! ¡Cómo lo bailan! ¡Con cuánto amor lo llevan sus costaleros!

    A los que leyeren.... Sólo por vez la Procesión de la Paz y la Esperanza merece la pena acercarse a Córdoba. Acuérdense el año que viene.