Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cómo andas, le dice el ciego al cojo. Ya lo ves, contesta el cojo al ciego. De ahí la España de Quevedo: un ciego llevando a un cojo al hombro. El ciego para oír el separatismo sermocinal de Urcullu y la monja Forcadell, y el cojo, para ver el gargajo (como tortilla francesa) de Messi en el himno nacional de España, país sin gato donde los ratones se divierten, que ahí radica el nuevo andancio separatista.
Entonces Rubalcaba, el químico, aprovecha para, colgado de una grúa, elevarse en una nube de humo, como esos resucitados de las pasiones vivientes de Morata de Tajuña y Chinchón, y anunciarnos la Gran Federación de España, que sería como la de fútbol que tiene montada Villar, pero con políticos y periodistas, en vez de directivos y futbolistas.
El plan federalizador de Rubalcaba es, en realidad, una versión cutrosa de “Breaking Bad”, la serie que narra la historia de un profesor de química (Bryan Cranston) con problemas económicos (electorales) a quien le diagnostican un cáncer de pulmón (batacazo irremediable). Para pagar su tratamiento y asegurar el futuro económico de su familia (copio de Wikipedia) comienza a cocinar y vender metanfetaminas junto con un antiguo alumno suyo (Pinkman, pero pongan ustedes aquí el nombre que se imaginan).
España en la retorta federalizante de Rubalcaba, que se propone dividirla en rayas (sólo se puede unir-federar lo previamente separado) con las que asegurarse el porvenir arruinando el de los demás. Y este Walter White de Solares es el mismo que envió a los militares contra unos controladores aéreos que ponían en peligro un puente… constitucional.
Para federar una nación que siempre ha estado unida se toma la nación y se trocea en equis pedazos que se convierten en Estados que, al verse pequeñitos, piden unirse, que es decir federarse.
–¿Pero cómo no se nos había ocurrido antes? –se preguntan los grandes analistas políticos.
Antes que a Rubalcaba, quieren decir.