Cristo de la Cartuja de Miraflores
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el segundo libro de su “Jesús de Nazaret” saca Ratzinger a colación la hipótesis teórica de Platón, que en su obra sobre el Estado trata de imaginarse cuál hubiera sido el destino del justo perfecto en este mundo, llegando a la conclusión de que habría sido crucificado.
Como Jesús, de quien los miembros del Sanedrín (sacerdotes, escribas y ancianos) hacen mofa refiriéndose al “Libro de la Sabiduría, que, en el capítulo 2, habla del justo que estorba la vida malvada de otros, se llama a sí mismo hijo de Dios y es condenado a la desventura.
–¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora.
Precisamente en el escarnio, dice Ratzinger, el misterio de Jesucristo se demuestra verdadero.
Es el gran relato de la historia de la humanidad.
Y quienes así lo creen (el sufrimiento de Jesús, su agonía, perdura hasta el fin del mundo, tiene escrito Pascal) son los creadores de la cultura más elevada que se conoce.
–La Encarnación de Jesús está ordenada a la entrega de sí mismo por los hombres, y ésta a la Resurrección. De otro modo –recuerda Ratzinger–, el cristianismo no sería verdadero.
Jesús murió orando en la hora nona, es decir, a las tres de la tarde. Para Juan, su última palabra fue: “Está cumplido”.
Con Pedro y Santiago, Juan (el grupo de los tres) había sido testigo de la lucha nocturna del que había de ser crucificado:
–Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.
Después, la traición, el proceso, el terror supersticioso de Pilato… Juan dice que los judíos acusaron a Jesús de haberse declarado Hijo de Dios y que cuando Pilato oyó estas palabras “se asustó aún más”, aunque, al final, la preocupación por su carrera (“si sueltas a éste no eres amigo del César”) fue más fuerte en el gobernador que el temor de Dios.
¡Ah, la imagen científica del mundo!
–¿Hasta dónde alcanza su normatividad? ¿Puede darse sólo aquello que siempre ha existido?