Trincheras del Jarama
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El domingo, por huir del tiquitaca de ciclistas y motoristas en las aceras madrileñas, cogí al perro y fui de excursión krausista a las trincheras de la batalla del Jarama, que son las Termópilas del pobre.
Fotografiaba nidos de ametralladora cuando surgió de un coche el ciudadano ebrio de Estado de Derecho acusándome de “robar nidos de perdiz”, a mí, que no sé distinguir un mirlo de una abubilla.
–Usted es cazador (el español “ustea” para agredir), lleva el perro suelto y voy a buscar gente para darle una paliza. La ley es la ley.
¡Oh, justicia poética! Las trincheras del Jarama son coto de caza (¿hay campo sin acotar en España?) y los perros, nacidos para correr, han de ir atados con longanizas legales, cosa, por cierto, que no se avisa, en una zona donde suele uno cruzarse con miembros de etnias ambulantes que pastorean jaurías de cánidos mitad “pitbull” y mitad cerbero que atacan a mi perrillo en plena libertad rusoniana.
Mas al releer el prólogo de Ortega al libro del conde de Yebes descubro que, en el campo, la cámara de fotos es peor que el fusil ametrallador, pues la caza fotogénica es peor que un amaneramiento: “Es un mandarinismo ético”.
El domingo español se pone imposible: o fascista urbano que estorba el avance medioambiental de bicis y motos por las aceras de Madrid, o mandarín ético que saca fotos a las piedras en el campo.
–En toda revolución lo primero que ha hecho siempre el “pueblo” fue saltar las vallas de los cotos y en nombre de la justicia social perseguir la liebre y la perdiz.
No es un nuevo aforismo jurídico de Coto Matamoros, sino una vieja conclusión histórica del primer filósofo de la nación, que vio la causa de la Revolución francesa en la irritación de los campesinos porque no podían cazar.
Ayuna de Ortega, la ministra Mato extiende el coto al cuarto de nuestros niños, obligados ahora por el Estado a hacer la cama y… “respetar el medio ambiente y colaborar en su conservación dentro de un desarrollo sostenible”.