El Coronado de mi barrio
Bulla en Miraflores
Descendimiento desde el Campo de la Verdad
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Como quiera que ando ocupado en demasiados menesteres, no había prestado atención al reclamo del Córdoba CF para cambiar el día del partido contra el Numancia por celebrarse un Vía Crucis, de excepcional grandeza al decir de los cofrades, y que iba a colapsar la Judería y alrededores.
-No será para tanto- le dije antier al capillita.
Resulta que fue para más. Ayer sábado por la mañana, avisaba la prensa local de una invasión de autocares de toda España a lo que había que añadir los desplazamientos particulares de los cofrades de las provincias andaluzas que tenían éste 14 de septiembre oportunidad de ver procesionar las imágenes de la Semana Santa cordobesa. Los periódicos daban el mandamiento de no coger el coche esa tarde y a las cuatro y media me puse en camino al Arcángel. De la Iglesia junto a mi casa, la más alejada de la Catedral, vi salir al “Coronado de Espinas”, un Cristo al que miraba todo mi barrio con un sentimiento de imposible comprensión para quién no es andaluz. Al pasar por los Trinitarios -casa de El Rescatao- ya esperaban unos cientos, mientras que en San Lorenzo -el Cristo de Ánimas- se veían grupos de hermanos ajustándose la corbata y el escapulario aguardando a que dieran las seis para acompañar a su Señor.
El Arcángel estaba vacío, por mucho que por megafonía se dijera que estábamos 7.000 espectadores. Si acudimos a todos los partidos nos hacen un descuento a los abonados, por lo que mi chico pasó por los tornos cinco carnés de amigos y Juan el Cojo traía doce de la hermandad de su niño. Se acabó con bien ante mis paisanos numantinos (3-1) y sobre las 20 horas enfilé junto a mi doña el puente de Miraflores. Ahí me di cuenta de la magnitud del Vía Crucis con nombre de Magno.
Prohibido entrar en la Ribera a pie, pues ya se había avisado convenientemente que era el trayecto ocupado por sillas -diez mil y todas ocupadas desde hacía una semana- y a las tres calles por las que embocaban los pasos -tantos como 18- era imposible acceder salvo para evacuar lipotimias y desfallecimientos. Mi doña no soportó tanta muchedumbre y nos alejamos hacia las Tendillas buscando aire pero todas las calles eran ríos humanos de todas las edades engalanados como para la fiesta del pueblo. La judería entera semejaba a la calle la Feria en el Jueves Santo legionario y todo era un frenético ir y venir y un sube y baja enloquecedor.
Volvimos a casa sobre la una de la madrugada convencidos de haber visto la mayor bulla que se haya conocido en la ciudad y sin poder acercarnos a los pasos. Podíamos haber esperado dos o tres horas más para verlos en su encierro parroquial, pero ya nos había atacado el frenesí y decidimos buscar en el barrio una terraza tranquila donde corriera el aire. A las cinco de la mañana me despertaron trompetas y tambores. Era el “Coronado de Espinas” que entraba en San Antonio.
Desayunando, leo los titulares de la prensa: “Apoteósico”, “Histórico” “La mayor manifestación de Fe”, y adjetivos semejantes. Creo que la prensa se queda corta. Un sevillano trianero, con lo que son los sevillanos “desageraos”, confesó su beticismo y el asombro ante el imprevisto:
-Aquí hay musha má hente que en la Madrugá....