domingo, 26 de mayo de 2013

La final





Francisco Javier Gómez Izquierdo

Cuando Breitner y Ricken saltaron disfrazados de generales, o algo así, al césped de Wembley, convertido en escenario de teatro épico, el del Bayern tenía el mirar seguro, las canas airosas y la coraza fiera. El del Borussia saludaba al que fue conocido como “el abisinio”, con atildada indumentaria y reverenciosas maneras, como monaguillo a párroco, acusando en demasía la falta de jerarquía, de peso competitivo... y de historia. Llegó el partido y pasó lo mismo que en la alegoría de la presentación: nada que reprochar al Borussia, sólo doblegado por la inexperiencia anunciada por el héroe Ricken.
 
Empezó mucho mejor el equipo de Dortmund, presionando como lo que son sus jugadores, tábanos sobre yunta, y tuvo varias oportunidades que desbarató Neuer con más suerte que ortodoxia. Robben asustaba con esas tradicionales ocasiones que con tanta impericia resuelve en las finales que se le ofrecen. Robben no se lamentaba ante el error de disparar al bulto y recogía el balón para sacar córner como si fuera otro el fallón y no él. Pasó justo una hora de partido de poder a poder, como se decía antes, y de pronto, el holandés desterró su maldición corriendo con un balón hacia la izquierda, territorio natural que tan poco frecuenta, encaró al portero, buscó su debilidad y le dió el gol a Mandzukic.
La final parecía encarrilada, pero en eso apareció Dante, quien para honrar su nombre asomó a la tribu bávara al infierno. Soltó una coz a destiempo, como hacían las vacas en la trilla aguijoneadas por el tábano zumbón para que mi tierno infante -acérrimo del Bayern- pegara un grito que espantó al vecindario. Penalty y expulsión perdonada. Gol. Empate a uno.
 
El partido entró en un último acto perfecto para el espectador neutral. Igualdad, emoción, tensión y poco tiempo para el final. Heynckes no cambiaba. Klopp cometió el error de no mirar al reloj para cerrar puertas y en el último suspiro los focos cegaron a un Hummels que había tenido cosas sospechosas durante todo el partido. Se comprobó que era día señalado para que Robben redimiera culpas y escapara del mal de ojo. Era el 2-1 y no había tiempo para más. Heynckes subía al palco con agilidad juvenil y nos enseñaba lo absurdo que es el fútbol. Ganó la Champions en Madrid y lo echaron. La gana ayer, y también. Hará triplete en la temporada pero hay quien quiere más.

Mi hijo nació en Córdoba y se convirtió a la fe del Bayern. A pesar de la extravagancia valora mucho los méritos y pide justicia para el entrenador de su equipo. Le digo que ayer la final tuvo mucho de tragedia griega y que el toque de Eurípides que Breitner y Ricken anunciaron al principio ya tenía un traidor -Götze- el duelo era entre hermanos y el destierro del padre se anunció en tiempo de Paz y que los dioses querían llevar las guerras fratricidas a los campos de Europa. Otra vez Mourinho y Guardiola.

 Resucitan Zeus y Atenea.
 
-Me voy a la feria vestido de Robben -acierto a escuchar mientras busco cómo ha quedado mi Burgos, al que hoy he abandonado, en El Palo. 0-0. No está mal. En El Plantío rematamos.
 
Enhorabuena al Bayern, a Heynckess... ¡y a mi tierno infante, un español tan raro, que duerme feliz gracias a los alemanes!