Jorge Bustos
También los mourinhistas te echamos de menos, Pep. Ya nada será lo mismo, y menos desde que el poder indulta a Mou en lugar de perseguirle y Tito pide olvidar los hechos acaecidos en su ojo. El cambio de ciclo trae vientos de concordia chicha que nos producen escalofríos, con lo excitante que resultaba vivir con el ánimo inflamado semana tras semana, el ceño en permanente estado de milicia, dando rienda suelta a la continuación del cainismo ibérico por todos los medios. Ahora llegará la jornada, ganará el Madrid y seguiremos hablando de la prima de riesgo.
Decía ‘Billy The Kid’ por boca de su biógrafo ficcional Ramón J. Sender que al enemigo hay que desearlo poderoso y odiarle cordialmente por respeto a uno mismo, porque cuanto más vale tu enemigo, más vales tú. El guardiolismo hegemónico opuso a la pujanza forajida del mourinhismo una resistencia magna, deparando una rivalidad de leyenda que admitió categorías emocionales, ideológicas, territoriales y lingüísticas como para descifrar el enigma historiográfico de España a un solo partido. No era el Madrid contra el Barça, Mourinho contra ti, España contra Cataluña. Era Aristóteles contra Platón, Hobbes contra Rousseau, Hume contra Hegel y el segundo Wittgenstein contra el primero. No te hagas el sorprendido: no soy el primero en llamarte filósofo.
Mourinho es un hombre de acción, y tú como filósofo ya sabes que la poética clásica destina a la épica el primer cajón en el podio de los géneros literarios. Esto lo ignora Lobo Carrasco y quienes como él sienten el reflejo pavloviano de exclamar ¡poesía! cuando ven cómo un rondo culmina en un gol, donde el lírico medio –el rondo– es confundido con el pragmático fin –el gol–, que es lo que de verdad sostiene su confundida euforia. Pero los mourinhistas no perderemos el tiempo refutando con silogismos a los plurales exégetas del guardiolismo: nos basta con ganarles la Liga.
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