miércoles, 30 de noviembre de 2011

Princesas


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La calle es un bar.

En el bar, los atléticos, que esperaban llevarse ocho del Bernabéu, no saben fingir bien una modestia de buen gusto, y se encuentran tan contentos por haberse llevado sólo cuatro que, con los madridistas, en vez de discutir de fútbol, discuten de monarquía/república.

¿Has visto la foto de la princesa?

Este desasosiego por la flacura de la princesa revela que acertaba Pemán cuando decía que hay dos cosas que les gustan a casi todos los hombres y que casi ninguno confiesa: las mujeres gordas y la ópera italiana.

Aquella discusión alcanzó en Inglaterra una belleza teológica, con Robert Filmer haciendo de Jaime Peñafiel y con John Locke haciendo de Carmen Rigalt, aunque Locke nunca tiró del “Que se jodan”, cancioncilla de la soldadesca de la Segunda Guerra Mundial con la melodía de “Bless’em all”.

Nuestra República murió de falta de republicanos –explicaría Madariaga–, porque “res-publica” quiere decir cosa pública, o sea, objetividad.

¿Objetividad?

La generación mejor preparada de la Historia de España, que tiene que quemar en la bicicleta la energía que no puede quemar en un trabajo, reduce la amena controversia a un bizarro ser republicano como se es del Atleti o a un castizo ser monárquico como se es del Madrid, que algo de eso hay, si miramos los trofeos.

Franco, con el que el socialismo muerto busca inmortalizarse en un final de Roger Corman, concedió que “en España hay no pocas muchachas que sin ser personas reales merecen un trono”, pero Sabina, el Walt Whitman de Úbeda, contestó que las niñas no quieren ser princesas.

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