jueves, 13 de agosto de 2020

Eugenio d'Ors, un vitalista de almuerzo


Eugenio d'Ors, por Menéndez Chacón


ABC AL PASO

Un vitalista de almuerzo

EUGENIO D’ORS Y EL "ÁNGEL" QUE SE ENGANCHA LAS ALAS
 EN LOS PICOS DE LAS GLOSAS



Ignacio Ruiz Quintano

El mundo de entreguerras es tan delirante que en España los filósofos filosofan en los periódicos: José Ortega y Gasset en “El Sol”, con su circunstancia, que es de Stirner, y su proyecto de vida en común, que es de Renan; y Eugenio d’Ors en ABC, con su “ángel” y su Poincaré. Ortega, dice Pemán, es un vitalista de cátedra; don Eugenio, un vitalista de almuerzo, y mantienen hasta el final un duelo de guantes de seda.
Al fin Ortega ha logrado dar unidad a sus obras: una unidad de encuadernador. Pero lo menos que puede hacer el incongruente es disimularse en tomos varios es el comentario de D’Ors (“laminando sus palabras entre sus labios, como solía”) con la “Opera Omnia” de Ortega, un tomazo de pastas rojas acabado de publicar.
D’Ors, hijo de catalán y de cubana, dice mucho “¿No?” y “¿Eh?” y el Caballero Audaz lo visita en Barcelona antes de que “Xenius” (su seudónimo) se ponga a escribir en español (en ABC, precisamente). Allí le dice que su vicio es la multiplicidad, que pensamos con los ojos, que los dos motivos de turbación del hombre moderno (“que un griego no conoció”) son la mujer y el trabajo, que aprecia a Azorín y que no soporta el teatro ni la oratoria, con todo lo cual se echa fama de “raro” clásico.
Todos sabemos que el clasicismo de este catalán –interviene Gecé, el gran chinche hispánico– se reduce a apretar mucho los dientes al hablar, para que no se le escapen de golpe todas las pasiones atroces y violentas que lleva escondidas bajo las híspidas cejas demoníacas de su romanticismo substancial.
Es el d’orsiano un clasicismo que desprecia el gótico de Burgos, y eso, en los de pueblo, duele: “Aquí –dice a Pemán en el vestíbulo del hotel burgalés “Norte y Londres”– no se puede hacer otra cosa que lo que hizo el Cid: irse a conquistar Valencia para comer naranjas y bañarse en el Mare Nostrum… Lluvia, más lluvia, brumas… Y luego, ¡esa catedral tan feísima!”
D’Ors –opina Plasabe muchas cosas, pero es un gandul. Demasiado jesuítico. Sabe el francés como nadie.
Su género periodístico es la glosa, y se habla de las glosas de Eugenio d’Ors como de las rosquillas de la Tía Javiera. Comienza a hacerlas en 1906, en catalán (todos los días, sin fallar) para “La Veu”, y en 1923 se las trae a Madrid, en español, al ABC: “La cara de Lenin, la cara de Poincaré, chatas las dos, de ojos oblicuos, de aire eslavo, ¡estirpe Lorena con mezclas obscuras de estirpes de Polonia! Y este aire vago de adormecimiento bizco que da el haber gustado excesivamente de la sangre”… (Glosas. Lenin y Poincaré. ABC, 1924)

Pero al d’orsismo no llega uno por las glosas, sino por las anécdotas de Cañabate en su “Historia de una tertulia”, que son como “el saben aquel que diu” de otro Eugenio:
Un anticuario catalán fue llamado para dar su opinión acerca de una momia egipcia. No hizo más que verla, y sentenció: “¡Tercera dinastía!” “¿Cómo lo sabe usted así, tan rápidamente?” “La experiencia”, contestó.


Eugenio d'Ors