sábado, 8 de agosto de 2020

Andrés Révész, el húngaro de Serrano

Albert Einstein


ABC AL PASO

El húngaro de Serrano

ANDRÉS RÉVÉSZ, UNA HORA CON EINSTEIN Y CINCUENTA AÑOS EN ABC


Ignacio Ruiz Quintano
     
Con su peinado de pájaro loco (entre Bertrand Russell y Curro, la mascota del 92), Andrés Révész es el Cocteau del periodismo español, y es húngaro (padre de Tibor Reves, productor de cine y crucigramista con la firma de Peko, el apodo familiar). De hecho, no sería de locos que la muletilla “imperio austrohúngro” que Berlanga coloca a modo de crotal en la oreja de sus películas fuera un guiño révésziano.
    
La ignorancia chula del periodismo contemporáneo no sabe que Cocteau, cuando en el 40 la Gestapo prende a Max Jacob, pagafantas de Picasso, firma de su mano (manos tan bellas sólo había visto Pemán en Antonia Mercé para bailar y en Pío XII para bendecir) una carta al mando alemán que firman todos los amigos menos… Picasso, quien, sin embargo, no se ahorra el chiste: “No vale la pena hacer nada. Max es un ángel. No necesita nuestra ayuda para echar a volar y fugarse de la prisión”.
    
Por las gateras de la Gran Guerra, Révész llega a España en el 15 con ocho idiomas y un fervorín espartaquista por Rosa Luxemburgo (para asombro, luego, de quienes lo ven dirigiendo un consultorio sentimental en la revista de la Sección Femenina).
    
Todo en Révész es anécdota (en el velador del Multicentro de la calle de Serrano, frente al ABC, Lorenzo López Sancho nos contaba las más picantes a los becarios), “sabiduría del día en el periódico que escribiera” (en ABC, cincuenta años), vencido finalmente “por ese préstamo de fama con réditos usurarios de olvido” que, según Ruano, es la Prensa.

    Révész es un grafómano con pajarita que atiende la demanda literaria del momento. Empieza en “El Sol”, y en el 22 pasa al ABC… para siempre (el aquí tienen ustedes un puesto para toda la vida, que dijera don Torcuato).
    
Dirige la sección de Internacional, asesora al dictador Primo de Rivera en los asuntos extranjeros, y de pronto, ¡una hora con Einstein! El sabio viaja en el tren Barcelona-Madrid, y Révész lo aborda en Guadalajara. Le cuenta que fuma mucho, que toca el violín a diario y que a menudo lee a Cervantes, por su humor, y a Dostoyevski, por todo lo contrario. Y pide un favor:
    
Le ruego a usted –me dice Einstein– que rectifique las declaraciones que se me atribuyen. No soy revolucionario, ni siquiera en el terreno científico. Soy un sincero demócrata, me interesa lo social y deseo la igualdad de derechos, pero no tengo fe en una sociedad socialista ni en el programa de producción de los comunistas.
   
 Révesz brujulea (y espía) como un azor por el mundo de entreguerras, anticipa la geoestrategia china y, grafómano a fin de cuentas, escribe del amor de las mujeres (¡de la felicidad en el matrimonio!) y del “ultraísmo”, seco y escamón, de los dictadores (Mussolini en piyama, Narváez en liberal, y así).
    
Lástima que un ser tan setentero haya de entregar su espíritu en 1970.


Al busto, de Laiz Campos