DOMINGO, 14 DE ABRIL
Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
-La paz esté con vosotros.
Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo:
-No temáis; soy yo. ¿Por qué os espantáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tocadme y convencéos: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como veís que tengo yo.
Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo:
-¿Tenéis aquí algo de comer?
Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos. Después les dijo:
-Lo que ha sucedido es aquello de que os hablaba yo, cuando aún estaba con vosotros: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo:
-Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Vosotros sois testigos de esto.
Lucas 24, 35-48