lunes, 15 de abril de 2024

Bendice, Señor, al leopardo

 


Ozores


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El fútbol español está en brazos de la Justicia, la de la venda en los ojos, ésa que llevan los cetáceos del CTA de Cantalejo, nombre más técnico que el de trencillas o colegiados, tragados por el agujero negro del Negreirato, que “nos ha dao en el punto de flotación”, al decir del propio Cantalejo en un audio.


La noticia buena de la historia es que sin punto de flotación seguimos a flote, y eso es porque no sabemos, o no queremos saber, dónde estará el punto de flotación en la Uefa, que lucha contra la competencia española de la Superliga, ni el de la Fifa, con la timba sobre la mesa de un Mundial a tres bandas (España, Portugal, Marruecos) en pleno sanchismo carpetovetónico, movimiento que promueve la ozorización (Ozores) de España a base de Ábalos y de Rubiales, columnas de Hércules de nuestra Constitución material, la que vale.


Las dos caras más universales del fútbol español son hoy Rubiales y Vinicius.


El Barca y el Madrid pertenecen a la humanidad –dice una abadesa del periodismo que una vez le dijo un taxista marroquí, tal vez lector de Abdelkebir Khatibi, el poeta que presumía de girar alrededor de su verga desarraigada, cosa que volvía loco a Barthes (“Bonheur Khatibi”).


Bueno, pues Rubiales y Vinicius también pertenecen ya a la humanidad. A Rubiales lo recibieron en Barajas más periodistas que a Eisenhower. “¡Queremos saber!”, parecían gritarle. Pero todo lo que queríamos saber de Rubiales lo sabemos ya: llevó con “Geri” Piqué la Supercopa de España a Arabia, y lo hizo con la idea, o así lo explicó él en su día, de introducir las cogitaciones feministas en el desierto de las mil y una noches, y ahora Arabia presidirá el foro de la Onu de Guterres sobre igualdad de género. En la vida pública de Rubiales todo han sido ovaciones, y los que ovacionaban (¡De la Fuente!) continuarán en la Federación para mantener ese espíritu deportivo (¡el punto de flotación!) que tanta falta hace, es decir, que la vida seguirá igual, o no seríamos España.


Y en la cara opuesta al Celtiberia Show tenemos a Vinicius, a quien las maras mediáticas eligieron para negrito de la canción del colacao, pero él se rebotó, colocando a España en el mapamundi del racismo. Lo de Vinicius, pues, no sería un caso de injusticia, sino de “sinjusticia”, el maravilloso invento de fray Luis de León (“Adonde la azucena / lucía y el clavel, do el rojo trigo, / reina agora la avena, / la grama, el enemigo / cardo, la sinjusticia, el falso amigo”). Sobrepasadas por el escándalo, las maras mediáticas movilizan a sus moralistas (psicólogos) que instan a Vinicius a comportarse como Butragueño, pero Vinicius es un jugador de carácter, como Juanito (¡32 años sin Juanito!), a quien el Bernabéu sigue recordando en el minuto 7 de cada partido. ¿Dijimos Juanito? Y como Cristiano. Y como Zidane (¡aun sin Materazzi!). Y como Hierro. Y como Raúl. Y como Figo. Y como Hugo (que vino del Atlético con el repertorio de Luis Aragonés aprendido). Y por supuesto, como Di Stéfano, que era un César Girón (“¡cornás pa tós, hijos de p…!”) al iniciarse el paseíllo. El pipero no sabe que del Real Madrid, si le quitaras el carácter, quedaría lo mismo, dicho por Valle-Inclán, que de los hermanos Quintero, si se los tradujera al castellano. Sin carácter, Vinicius estaría jugando en segunda división con Tachi, el artista que le silueteó una taquilla de toros en el cráneo. Butragueño fue un jugador de meñique levantado, como Rodrygo, pero Vinicius es un jugador de carácter, como Juan Gómez (¡sin Matthäus!), que un domingo se escapó del cuartel para jugar, haciéndose llamar González, un partido de Liga con el Burgos en Puertollano contra el Calvo-Sotelo.


La TV pública metió a una periodista en la nevera porque en la presentación de Camavinga se le oyó decir, “a micro cerrado”, que el jugador “era más negro que el traje”, lo cual pudo ser una injusticia. Pero no sabemos de ningún estadio cerrado por haber recibido a Vinicius con el orfeón del “eres un mono” rematado en los medios con el consabido “Maitechu mía” (“Maitechu mía, / Maitechu mía / calla y no llores más”), y esto es una “sinjusticia”. Que la injusticia, dice con finura gaditana Pemán, es concreta y pasa.


La “sinjusticia” es vaga y queda.


Gracias a su carácter, Vinicius es la esperanza blanca para la noche del martes contra el City del “fair-play” financiero de Guardiola, al que Richard Keys, de la TV inglesa, pinchó con su lengua sobre unas imágenes (Pep abroncando en el césped al empanado de Grealish), como se suele hacer con un insecto repelente:


Es todo para las cámaras… Es muy cansado, ¿no? No debería estar en el césped. Vete al túnel de vestuarios. Y ahora va a todo el mundo a decir lo que han hecho mal…


El único temor al City guardiolés, cuya influencia catarí ya se ha cargado la seriedad de la Premier, es que Ancelotti vuelva a tirar para esta eliminatoria de los “bisas” del vestuario, como hizo en Manchester hace un año, con aquella escena de impotencia de Vinicius en plan Frank (Mel Gibson), el que más corría, en “Gallípoli”, pidiendo en plena masacre instrucciones para escapar a la “cagada” táctica del coronel.


¿Qué son tus piernas? Muelles de acero, ¿Y qué van a hacer? Llevarme a toda velocidad, ¿A qué velocidad puedes correr? A la de un leopardo, ¿Y a qué velocidad vas a correr? A la de un leopardo.


Que el Señor bendiga a nuestro leopardo.



Gallípoli en Manchester