Martín-Miguel Rubio Esteban
Doctor en Filología Clásica
Entre los días 17 y 21 de julio se representará en el Teatro de Mérida La Paz, del ya manchego inmortal Francisco Nieva, versión libérrima del clásico de Aristófanes. La dirección de esta “comoedia” o “canción de la aldea” la llevará a cabo Rakel Camacho, la misma que ha dirigido también con gran éxito Coronada y el toro, del mismo autor. Lo aristofánico en Nieva es más el tono y la imitación del estilo del genial ateniense (juegos de palabras, como el polipote, la concatenación, el retruécano, el anacoluto y la entiestrofa, pequeños cánticos de ritmo estrafalario machacón, como terminar los versos en esdrújula, imitando los pies métricos del dáctilo, el jónico mayor o el peón 1º de la prosodia clásica, los anapestos en la parábasis en que el teatro se transforma en metateatro hablando el propio Aristófanes de su teatro y criticando el de los demás, o la exuberancia léxica de variados registros diastráticos con significados picaronamente ambiguos) y el uso del argumento más como mero esqueleto estructural en donde colgar la imaginación nievana con sus fantasmas recurrentes y su sentido, que los episodios de la comedia. Para empezar Aristófanes mete la actualidad política en la comedia de modo directo e indirecto (la batalla de Anfípolis en la Tracia, los generales Alcibíades, Cleón, Formión, Pisandro, Brásidas, Nicias, Plistoanacte, Hipérbolo, etc. o los poetastros Carcino y Jenocles) en tanto que Nieva imprime en la obra un sentido más universalista e intemporal, aunque el contexto sea cerrada y aleluyáticamente griego. Aristófanes inspira a Nieva. Pero La Paz de Aristófanes es comedia política, militante, comprometida con la Paz de Nicias, rebosante de odio contra Cleón, muerto en Anfípolis luchando contra Brásidas, y contra el también demagogo Hipérbolo, su sucesor, y La Paz de nuestro autor es una comedia humanística, o antropológica si se quiere, llena de psicología social sobre lo que representa la histérica Guerra y la oronda, gruesa y pacífica, muy arrubiada y colorida, de carnes planturosas, Paz, con la que Nieva llega a parodiar las letanías lauretanas: “alimenticia señora, generosa, virtuosa, verecunda, alegrón de las mañanas, señora del buen reposo, mujerona del consuelo, modelo de silencio productivo, estuche de virtudes, de carnes planturosas, un dechado, un premio gordo (¡)…”· Es así que la guerra en Nieva deja de ser la crónica de una guerra singular –la del Peloponeso– para ser una guerra metafísica, un acercamiento cómico a la guerra en sí, a la guerra como categoría de lo humano; lo mismo que la paz. Por eso no quisiera pensar que una atrevida compañía quisiera usar la versión nievana para intereses del momento (Guerra de Ucrania, Franja de Gaza, etc.) pues sería hacer lo contrario a lo que pretendía Nieva, que en el mismo prólogo de la obra nos cuenta lo feliz que fue escribiendo La Paz. Si el séquito de La Paz son en Aristófanes Opora (la Abundancia y a la vez el otoño rebosante de manjares del campo) y Teoría (término que tiene que ver con el erario público y con los pagos que se hacían a los ciudadanos para ver las representaciones teatrales), en Nieva este séquito está constituido por Primavera (exuberancia de la juventud que dará un placer sexual infinito a Trigeo, el viñador protagonista de la obra, con el que se casará, a pesar de la oposición de sus hijas represoras) y Festival (otra hermosa mujerona que seducirá con su cuerpazo a los miembros de la ekklêsía ateniense, los “idiôtai” que fundamentan la Democracia). La Guerra se nos aparece con una cabeza gorgónea y una armadura agujereada y quemada, con escudo y lanza en ristre. Afirma que empieza a faltar casta en los hombres. Su crueldad innata la hace sentir placer en los mayores horrores de la guerra. Habla siempre arrebatada, sus palabras muerden (“Donde se halle un degollado, un colgado, un lardeado de lanzas, que se quite un vivo cobarde y comiendo gachas”). Habla colérica, poseída por su misión y habla mucho (“Sígame la pestilencia, la desolación más lisa; movamos la manivela de las batallas memorables! ¡Que tome nota la Historia, porque hoy sobresalgo yo!”). La Paz sin embargo no habla, no dice nada en la comedia, lo mismo que su espléndido séquito de princesas jamonas. El Hipocántaro, esto es, escarabajo-caballo (cfr. hipocentauro) que lleva a Trigeo al Olimpo para traer la Paz se alimenta sólo de excrementos de todo tipo; humano, de aves, de vaca, de ovejas, de burro, de todo tipo de alimento excremental. ¿Es acaso una alegoría la de este escarabajo gigante que nos transporta al mundo de los dioses comiendo las peores basuras del mundo? La coprofagia sagrada de los escarabajos egipcios que se encontraban entre los dos mundos sea, quizás, la base de este episodio aristofánico, pero la coprocracia política de quienes nos traen las guerras se merece también la alegoría. La Paz que trae Trigeo el Atmonense, el Trigeo aristofánico, garantizaba también una continua orgía en la ciudad, comparándola con los grandes Juegos griegos, y un banquete eterno. Nieva no versiona, sin embargo, el sacrificio de la oveja, que tiene su gracia por los incesantes juegos de palabras, que siempre se refieren a la esfera erótica. Así, la palabra “cebada” en griego también era empleada para señalar el miembro viril, y cuando el esclavo sostiene que “ninguno de los espectadores deja de tener su poción de cebada”, Trigeo sentencia: “Pero las mujeres no la han recibido”. Trigeo invita también a todos los espectadores de la comedia a que se acerquen y que acompañen a los actores a comer los intestinos de la oveja, muy bien sazonados. Todos los industriales relacionados con mercancías de paz, como las hoces de los agricultores, felicitan al héroe, pero los armeros, los fabricantes de penachos, los fabricantes de dardos, los vendedores de corazas (a los que Trigeo insinúa que podrían valer como orinales), los fabricantes de trompetas militares, los fabricantes de cascos y los fabricantes de lanzas maldicen a Trigeo, como lo hace hoy el complejo industrial militar a Trump, el gran Trigeo de América. Otra diferencia que existe entre Aristófanes y nuestro Nieva es que este último no hace de la paz un concepto incondicional, aplicable en cualquier contexto, en cuanto que Nieva no aprueba la paz que se fundamente en un orden injusto. Así, nos dice la histérica Guerra también: “En paz roba el usurero y el rico se hace ricachón. Y tú, cachigorda, tripuda, adiposa, perifollona cebona, lo consientes con tu sonrisa gazapona”. Pero esa paz es una falsa paz, porque está gestando la guerra en su seno. La Paz de Aristófanes y Nieva es buena, y se visibiliza en la alegría de vivir todos los ciudadanos de la pólis; es un canto inmortal a la vida y sus placeres naturales, como comer y disfrutar del amor, únicos dones que realmente nos han dado los dioses. La paz es lógos; y por eso la propia Biblia nos dice: “Iustitia et pax osculatae sunt”.