Aurelio Cruz, de azul pavo y oro, y el toro colorado, sexto de la tarde, Niños. G (sic), número 45
...aunque parece ser que el auténtico nombre del animal era Niñoso
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Un hombre armado con una pica montado en un caballo y allá a lo lejos un toro colorado. El hombre mueve con pericia al caballo tordo y atrae la atención del toro que, al cite, se arranca con fuerza, con la gallardía de su casta, y acomete con vigor a la cabalgadura mientras el hombre echa el palo y, antes de que el burel llegue a topar contra la muralla de faldillas que protegen al rocín, ya tiene la acerada puya colocada en su espalda, certeramente puesta por el piquero, mientras las gentes en pie ovacionan la emocionante suerte que acaban de contemplar. He ahí el nexo que nos une a los aficionados de la hora presente con los que en la Plaza Mayor de Madrid ovacionaban el arrojo del Conde de Tendilla en el siglo XVII, pues antes de la preeminencia de los matatoros o toreadores a pie, antes de que se fijasen las reglas del arte taurómaco y prácticamente hasta los albores del pasado siglo fue el tercio de varas el auténtico protagonista de la Fiesta, con sus actores vestidos de oro, con el perdido rito de darse las alternativas entre los picadores, o de frotarse con linimento Sloan para aliviarse de los trompazos recibidos, con los lances variados a los que el tercio de varas daba lugar, desde las caídas al descubierto o las de latiguillo, hasta los necesarios quites para salvar al picador caído de una situación comprometida o los toros aquerenciados junto al despojo de alguna de sus víctimas, el primer tercio ha sido el hilo que ha dado sustento a la afición y su puede decirse que su decadencia, iniciada ya de manera decisiva con la implantación del peto y que ha acarreado la consiguiente postergación de sus protagonistas, ha ido paralela primeramente a la hipervaloración del toreo de a pie y, después, a la exacerbación del amaneramiento en los modos y, frecuentemente, al vilipendio de los piqueros por realizar su labor.
El hombre con la pica del que antes se hablaba se llama Aurelio Cruz, de azul pavo y oro, y el toro colorado, sexto de la tarde, Niños. G (sic), número 45, según la ficha que entrega la esmerada Empresa que rige los destinos de Las Ventas, aunque parece ser que el auténtico nombre del animal era «Niñoso». Entre ambos nos han hecho el espléndido regalo de un vibrante tercio de varas que amortiza de manera más que suficiente el precio de la entrada. Cuando muchas veces vemos al toro acudir de lejos sin codicia, mansurronamente, e incluso recibir aplausos por ello, hoy en este toro de incierto nombre no hubo duda alguna de la decisión del astado por ir con todo al encuentro del caballo, pura y emocionante gallardía, para encontrarse con un picador a su altura, deseoso de hacer bien la suerte, de mover al caballo con mando y de echar el palo con decisión al sitio correcto. Habrá muchos jóvenes de estos que ahora se acercan a Las Ventas, benditos sean, que hoy por primera vez en sus vidas habrán visto en plenitud la belleza del tercio de varas y se habrán puesto en pie, junto a aficionados que peinan canas, a ovacionar la emoción pura que transmite esa faceta de la tauromaquia tan poco fácil de hallar por esos cosos de Dios.
Y como la cosa va de picadores, pues digamos además que ahí estuvo también Rafael Carbonell, de azul marino y oro, picando al primero de la tarde, Alambisco, número 3, con buen arte y buena monta, y que el toro, en otro registro menos espectacular que el sexto, demostró su predisposición a acudir al caballo donde recibió el castigo justo y bien administrado. Dejaremos ahí la cosa de las varas porque al lado de lo anterior también hubo unos borrones morrocotudos que hoy no merece la pena comentar.
Para este Domingo de Resurrección contrató la Empresa una corrida de Pedraza de Yeltes seria, excelentemente presentada y de buen juego cuya principal característica fue que los pitones no se deterioraban al roce de las maderas, del peto o de las telas. Salía el toro, se iba al burladero del 10, arreaba un cabezazo a la barrera y los pitones seguían incólumes, salía el siguiente y lo mismo, incluso el quinto arreó un tremendo cabezazo al burladero del 6, que se cayó de espaldas de la violencia del impacto, y los pitones como si nada, como si fueran de acero templado: he ahí un tema para una Tesis en la Facultad de Veterinaria. Lo segundo a resaltar fue la buena disposición del encierro hacia el asunto de los caballos, de lo que ya se ha dado cuenta brevemente, y lo tercero las bonitas embestidas que han regalado y la distancia a la que se han querido mover. Todo eso diríamos en la parte positiva. En la otra, cierta debilidad de alguno de los pupilos de los señores Uranga Otaegui y, para que quede anotado, lo suelto que se fue del tercer puyazo el enigmático Niños. G, sin que eso desmerezca de la bravura de su acometividad y la alegría de sus tres entradas al caballo. Los aguafiestas consiguieron que el Presidente, don José María Fernández Egea, sacase el trapo verde al quinto, Dulcetito, número 17, el del trompazo contra el burladero del 6, otro colorado de gran presencia y buen son, para que saliese a catar el fresquete de Madrid un tal Humorista, número 45, de la ignota ganadería de Carmen Valiente, que fue como se podría esperar de él: lerdo, cansino y más débil que el hermoso ejemplar al que echaron. Allá ellos con su conciencia.
Para la lidia y muerte a estoque de los de Pedraza contrataron a Román, al lisboeta Manuel Días Gomes, que venía a confirmar la alternativa que tomó en Francia en 2015, y a Francisco de Manuel.
Días Gomes se presentó en Madrid muy bien acompañado por una cuadrilla de lujo: a caballo los dos hermanos Carbonell y a pie Juan Carlos García, Ángel Otero y Fernando Sánchez, y hay que ver cómo choca que este humilde torero se venga así a Madrid cuando hay por ahí algún torero que se “retiró” el año pasado, cantado como figura de época por ciertos vates, que más que cuadrilla parecía que llevaba una redada de un after hour. Muy bonito fue el inicio de la faena de Días Gomes a su primero, un inicio muy «madrileño», si cabe la expresión, que fue saludado con sinceras palmas por el respetable. Luego la cosa se enmarañó a lo largo de la faena pues dio la impresión de que no vio la distancia que el toro le demandaba, más larga que la que el portugués proponía, y aunque se le notó el deseo de hacer las cosas correctamente, sacando algún estimable natural, acabó presentando más dudas que certezas y su labor fue silenciada por la cátedra. En su segundo, el carmenvaliente que se nos coló de matute, poco se pudo hacer salvo desesperarse ante las condiciones febles, caedizas y exasperantes del toro.
Francisco de Manuel no vio las condiciones del sexto, el famoso Niños.G, y eso le pesará sin duda. El toro tenía un tranco alegre que se destapó en el segundo tercio y se comprobó en el cite desde los medios que le propuso de Manuel al que acudió prestamente. En esa primera serie, poniendo el toro mucho más que el torero, cosechó aplausos que se fueron enfriando a medida que el trasteo descolocado y ventajista de Francisco de Manuel iba echando por tierra sus posibilidades de triunfo. Algún muletazo suelto en el que se quedó en el sitio le debería haber servido para ver las condiciones del animal que tenía enfrente, pero optó por no apretar el acelerador en una faena a menos en la que resaltó la excelente clase del toro para la muleta. Incomprensiblemente lo colocó para la muerte por dos veces en la suerte contraria y ahí le dejó un espadazo feo que acabó de enfriar a todos. En su primero, Miralto, número 16, otro que se portó como un tío en el caballo, tampoco había conseguido poner en marcha una faena armada. Puede decirse que tuvo el mejor lote de la tarde con el que no supo o no pudo.
Y Román, que le hemos dejado al final porque hoy, lejos de ese torero bullidor y casi siempre cogido de tantas tardes, presentó un semblante más sosegado y, por así decirlo, de aire más clásico. Comenzó haciendo galopar al toro, Buscadero, número 13, en dos tandas planteadas a larga distancia, enhebrando los pases y dejando alguno de muy buen aire. A continuación continuó por naturales muy seriamente, con buena colocación y mando para acabar con una tanda ligada y honrada que puso en su mano, tras una estocada tendida y traserilla que acabó con el toro, la primera oreja de la temporada a la que nadie puso un pero. En su segundo la cosa tomó otro derrotero, Resistente, número 12, fue el garbanzo negro, también por su capa negra, del encierro de Pedraza, con el que intentó llegar a algo que no llegó. Lo mató a la última de cualquier manera.
ANDREW MOORE
Otero
Oreja romana
FIN