Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Aparte el Real Madrid, que es universal bajo el “liderazgo tranquilo” de Carlo Ancelotti (“Conquistar mentes, corazones y triunfos”, subitituló, o le subtitularon, su autobiografía), la Marca España, como la publicitaba la frivolidad pepera de Margallo, se impone en el fútbol europeo: Pep, Lillo y dos cazurros a lo Pajares y Esteso, Luis Enrique y Xavi, ADN (¡gloria y prez!) del cazurrismo hispánico. ¡Las “Españolas en París” de Roberto Bodegas cincuenta años después! Luis Enrique sería Emilia, la que dejó atrás tiempos difíciles y se adapta a la gran ciudad. Y Xavi sería Isabel, la que lucha por sacar adelante al hijo que tuvo con un hombre que la abandonó (guiones tremendos de Bodegas, Chalonge, Dibildos y Mingote).
Todo indica que estamos ante el triunfo total del fútbol español de Rubiales, que lo dejó todo atado y bien atado, modelo Santa Tranisición. El plan era que su mano derecha (¡su vicepresidente económico!) fuera el único candidato a las votaciones de la democracia orgánica federativa, que “España y yo somos así, señora”, frase inmortal que un personaje de Marquina, el capitán Diego de Acuña, suelta en el segundo acto de “En Flandes se ha puesto el sol”. Es natural que a Rubiales, arquetipo del español transicionero, quieran hacerle una serie los de la TV. A su sucesor lo dejó en pista y con el monoplaza lleno de gasolina, más un periodismo sin Garcías salmodiando el “rocha, rochita, rochete” de nuestra juventud. Y una juez lo ha desatado todo, dejando el porvenir más oscuro que las eliminatorias de Champions, que ni las témporas de la IA se atreven con un pronóstico.
El duelo de pesos pesados es el Real Madrid-City (ahí tiene Ayuso un buen nombre para su Distrito Federal), especie de Tyson-Marciano. El martes pasado, el nuevo Bernabéu frustró a Guardiola por el césped. También a Rodrigo (¡otro español!), que va de Pirlo finolis, y tuvo la sensación de que “el césped escupía el balón”. La escuela guardiolesa del fútbol gira en torno del “céspet”. En su día, Xavi se quejaba del “céspet” alto de Mou en el Bernabéu, y del “céspet” seco de Simeone en el Manzanares, motivos por los que su tiquitaca con “tumaca” no emulsionaba. Pero Guardiola no se trajo al Bernabéu para su tiquitaca el “tumaca”, sino, como diría Hughes, su policía. Cuatro centrales-antidisturbios atrás, y en el medio, dos maderos más, es decir, dos mediocentros defensivos, más la tanqueta de Haaland al frente, gripada por Rudiger, que es, por carácter, el auténtico capitán de este Real Madrid. Engrilletó a Haaland y pellizcó (detalle maravilloso) a Grealish, el de los gemelos de sátiro, que lo aceptó como un piropo. El gran error de Ancelotti el año pasado en Manchester fue sentar a este hombre en el banquillo, cuando venía de hacerse un abrigo con Haaland en Madrid. ¡Haaland! Cuando escribes su nombre te quedas como, según Ramón Gómez de la Serna, te quedarías al leer el nombre de Edelmira, un rato sin ver nada. El piperío empieza a tener la sensación de que Haaland es un Joselu dibujado por Elon Musk y que hace cosas raras: alimentarse de menudillos de ave y declarar su admiración por Michu.
La vuelta de este City-Real Madrid se le presenta a uno como el Hillary-Trump del 16, cuando el NYT daba 98 para Hillary y 2 para Trump. O sea, que barrerá el Real Madrid. Desde luego, es el partido de esta Champions, y lo que venga después carecerá de importancia futbolística. Quedarán los números. Vinicius tiene los mejores de las tres últimas ediciones en goles-asistencias, pero la prensa es de letras. El City marcó sus tres goles desde fuera del área, desnudando a Lunin (nunca ha habido una promoción de porteros tan mediocres como la de esta Champions) y, sobre todo, a Kroos, que viene a ser como la manta del profesor Rojas en los artículos de fondo: si te tapas los pies, te destapas la cabeza, y si te tapas la cabeza, te destapas los pies. Al tronco de Gvardiol, en vez de caerle encima para evitar su punterazo, le hizo un recorte taurino de los que se aplauden en los festivales de Cenicientos. Ralentiza el ritmo y llena de dudas al verdadero mediocentro, en esta ocasión Camavinga, únicamente reconocido por “L’Equipe”, que lo pinta de “navaja suiza”:
–El francés (¡chauvinismo!) es una formidable e inestimable navaja suiza, con sus internadas en ataque, su brillantez técnica y su impresionante capacidad de recuperación.
Su diferencia con el imponente Aureliano es la estrella. Aureliano sale en el minuto uno a cortar un balón y comete falta con tarjeta amarilla que le impide jugar la vuelta. Camavinga tira a puerta, pega en un defensor y es gol. Lo de Camavinga, en efecto, es estrella, y no tiene que ver con lo de Cubarsí, que es alirón chispón. Cuando el chirriante Carlos Martínez te lo vende como a Beckembauer (¡para empezar, Beckembauer era guapo!), te viene a la memoria Molés cantando en Las Ventas las faenas de los Juanes, Juan del Álamo o Juan Diego. Cosas de escuela periodística, dispuestos a admitir por un día (para ameritar a Cubarsí) que Mbappé es el mejor jugador del mundo, y que dejará de serlo cuando llegue a Madrid, donde acabará sus días astragado por Cubarsí, o el que toque el año que viene.
El madridismo de tribuna quiere una final con el Bayern, pero el madridismo malvado sueña con una final con el Atleti, la tercera. Que España y yo somos así, señora.
Sábado, 13 de Abril