domingo, 26 de febrero de 2023

De la Corrupción. Misma cosa


 MISMA COSA


Abc, 26 de Septiembre de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

“Hagan otros la guerra; tú, Austria feliz, concierta matrimonios.» ¿Qué tal Nicole Kidman? Vuelve a ser soltera, ha hecho una película en España y, por cierto, desea vivir en Marruecos. Eso es aculturación. Lo dicen en la medina los vendedores de chilabas a la hora de regatear: «¡Eh! ¡Amigo! ¡Morocco...!  ¡Espagne...! ¡Misma  cosa!»

El regateo es la Bolsa de los pobres y, por supuesto, no hay un vendedor de chilabas que no goce con el regateo, aunque tampoco más de lo que suele hacerlo un hispanista. ¿Quién no se ha tropezado con un hispanista en la medina?

Los hispanistas acostumbran bajar a la medina para comprarse una mezquita-despertador y fumarse un Don Julián en el café de Goytisolo mientras comentan «el último artículo de Juan». En la medina, sin embargo, todos los hispanistas son Antonio: «¡Antonio! ¡Antonio! ¡Morocco...! ¡Espagne...! ¡Misma  cosa!» Y el Antonio de turno, que no se llama Antonio, pero que es hispanista, pica: «¡Disculpe, buen hombre! ¿Ha dicho usted Morocco… Espagne...? ¡Válgame Dios! Suerte tiene de que yo sea hispanista, pues me va a permitir ayudarlo a poner en orden sus conceptos. Cuando se dice “l’Espagne”, se dice “le Maroc”, pero  cuando se dice “Morocco”, se dice “Spain”. ¿De acuerdo?»  «¡Mil dirhams!», contesta el vendedor de chilabas. Y antes de que el hispanista advierta que la chilaba le hace tripa, el vendedor de chilabas ya ha puesto el ojo encima de otro Antonio.

Los vendedores de chilabas tienen  fama de pesados, pero tampoco lo son más que los hispanistas. Después de todo, vendedores de chilabas e hispanistas son la misma cosa: profesionales del pintoresquismo. La pesadez de los primeros en la medina se debe a la falta de publicidad; la de los segundos en El Escorial, a la sobra de la misma. Y si los vendedores de chilabas abandonan la medina, no es por carácter migratorio ni por espíritu aventurero de lectores de Vázquez Figueroa, como dicen nuestros gobernantes, sino por falta de comida: a cualquier gobierno le basta con un plato que ofrecer para convertir a un vendedor de chilabas migratorio en un ciudadano sedentario.

Pero, hoy, los gobernantes se deben a la clase media, y la clase media, menos gloriosa que la antigua aristocracia, no es menos injusta. Ya lo decía Castelar: «La clase media, que ha uncido a su carro los reyes, se alza con todo el poder...» Etcétera. Tenemos una clase media que, como su propia media indica, no es racista, sino clasista, incluso para la corrupción: «Somos incompatibles con la corrupción», tiene dicho por ahí ya no sé qué político. «Corrupción» es una palabra demasiado barroca para la clase media, que prefiere decir «frescura».

«Pues, anda, que menudo fresco nos ha salido don Fulano», es el clásico comentario de clase media. El fresco y el corrupto son la misma cosa, pero, mientras un fresco parece conservar su condición de caballero, un corrupto huele a pobre que tira para atrás, y es que, según la clase media, la frescura de un político, como la corrupción de una perdiz, debe ser exquisita para que sepa bien.

Pensando en lo de Nicole Kidman, lo que nos distancia de Marruecos no es su prensa, cuyos columnistas pueden  codearse con los nuestros, sino su clase media, que todavía no existe. Esta carencia lo hace socialmente terrible, pero culturalmente fascinante: atrae y repele al mismo tiempo. Por eso Nicole Kidman, que no es precisamente la media de la clase, sueña con vivir en Marruecos. ¿Qué? ¿Otra víctima  del prestigio  romántico de los países del Sur? Tal vez. «Una mezcla de Hollywood y la Biblia», le parecía Marruecos a Patton. En efecto, ahí está Mogador, con sus monumentos —erectos— a Orson Welles, sus dromedarios mellizos y sus bañistas en chador. Buen marisco y mejores deltas de venus navegados a la orilla del mar, viendo pasar al tiempo. O a Nicole Kidman, claro. ¿Se figuran a la Kidman en «mobylette», volviendo a casa, con un cordero en el manillar, al estilo magrebí? Bueno, aquí vamos a ver en octubre a más de trescientos hispanistas atarazar otros tantos lechazos para arreglar el español de la clase media, que es el de Valladolid. España... Marruecos...  ¡Misma cosa!



 

Vendedores de chilabas e hispanistas son la misma cosa: profesionales del pintoresquismo. La pesadez de los primeros en la medina se debe a la falta de publicidad; la de los segundos en El Escorial, a la sobra de la misma