domingo, 16 de octubre de 2022

Remembranzas trevijanistas XXV



Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica
    


El lunes, 11 de marzo de 2002, Trevijano escribió en su columna de La Razón un artículo titulado “Más leales que los reyes”. Y entre otras cosas de enorme lucidez afirmaba: “El problema del talento creador reside en la selección de los materiales que todo análisis de la experiencia ha de separar y en la originalidad de la nueva síntesis que todo propósito estético debe unir”. Sólo eso es creación: dar muerte a la vida mortal disolviéndola, para luego eternizarla de algún modo cosiendo sus retales fundamentales. Los ojos ingenuos del artista, libres de cualquier prejuicio y temor servil, rompen con inconsciencia infantil la realidad, y seleccionan los trozos imprescindibles y necesarios para transparentar la vida interior de su obra, cuya impresión de plenitud deviene de la sabia y consciente fusión de esos trozos elementales, precisamente esos “elementa” y “primordia” de los que hablase el divino Lucrecio. Los ojos ingenuos del artista, libres de cualquier prejuicio y temor servil, rompen con inconsciencia infantil la realidad, y seleccionan los trozos imprescindibles y necesarios para transparentar la vida interior de su obra, cuya impresión de plenitud deviene de la sabia y consciente fusión de esos trozos elementales o primordios. Y es esa síntesis compuesta de los elementos primordiales lo que produce la pureza edénica de la obra maestra, una nueva creación de vida eviterna.
 
El arte clásico ( Policleto, Mirón, Escopas…¡Donatello! ) no se basa en la reproducción de accidentes o notas ambientales y accesorios, sino en la captación de la esencia hipostática de la proporción –la symmetreía policletea– y el movimiento. Prestancia canónica en un movimiento arquetípico. Toda ingenuidad presupone una curiosidad con humor siempre en espera de lo maravilloso. Y la perfección de toda verdadera obra maestra extingue cualquier interpretación sobre sí misma que no se base en la pura admiración ingenua y edénica de su propia y singularísima belleza. Como decía Antonio: “Los amantes de la belleza y los que esperan ser conmovidos por la expresión de las grandes realizaciones artísticas han de acercarse a ellas, y contemplarlas, con la ingenuidad silenciosa de los cortesanos cuando sus reyes hablan”. La variabilidad de los gustos y las civilizaciones no pueden resolver con su incesante fluir de teorías el enigma hermético de expresión de belleza. Por su pura esencialidad la obra clásica representa siempre la humanidad, y ésta en aquella se reconoce. La tragedia personal me hizo muy bien entender a Trevijano cuando sostiene que el proceso creador consta de dos tiempos: la descomposición de la realidad y la composición de la misma a partir de los trozos esenciales de la previa disolución (“la esencia es lo que era el ser”- Aristóteles dixit).
 
 El artista asesina previamente a la realidad mortal la muerte implica disolución– y luego la crea “clásica” e inmortal a partir de sus partes más definitorias. Durante muchos años tuve la extrañísima sensación de que cada vez que caía extasiado ante las reproducciones de las grandes obras de Policleto (el Diadumeno, el Doríforo, el Heracles, el Efebo de Westmacott), o el enorme brazo romano de bronce expuesto en el Museo Arqueológico de Zamora, mi imaginación conmocionada vinculaba –no sabía entonces por qué– mis sensaciones al terrible mito literario del Frankenstein, de Lady Shelley. Hoy ya he resuelto el enigma que me angustiaba. El arte de Policleto nace de la previa disolución de la vida a fin de eternizarla “de algún modo”. El propio Policleto, que teorizó sobre su propia obra clásica en su Canon, lo sabía sin duda. La serenidad de la expresión clásica no está conseguida por una olímpica superación de las inquietudes humanas, sino por una imposibilidad de conflicto entre su ser y su destino. Sus formas se han estabilizado en la calma infinita de una vida imperecedera. También el Dr. Frankenstein quiso exponer la más noble humanidad, aunque su propósito quedase fallido en el mundo de la Ciencia por un limpio fracaso. Pero hoy el “Arte” sólo suele dar fracasos sucios, feos y serviles, y la belleza está prohibida. Hoy el “Arte” es Arco, y la generosidad de nuestro querido y admirado Anson casi ininteligible por excesiva.

En relación con la flagrante actualidad de la cumbre de la OTAN en Madrid hay que decir en estas rememoraciones que García-Trevijano estaba absolutamente en contra de que todavía existiese la OTAN, y que para colmo creciese. Aunque enemigo acérrimo de la dictadura soviética, Antonio veía a la OTAN como una organización completamente obsoleta. Toda institución llega a su obsolescencia cuando sus objetivos fundantes o se han cumplido o se han desvirtuado. El peligro del imperio soviético-comunista de la guerra fría, enunciado por primera vez por Churchill en una conferencia el 5 de marzo de 1946 en Fulton, Missouri, fue la señal para la formación de un amplio bloque antisoviético que cuajó en la OTAN. Pero ya en la década de los 80, con la perestroika de Gorvachov y el cada vez más claro desmoronamiento del estado soviético, que identificaba el Estado con el Partido, la OTAN no sólo perdió su sentido, sino que su misma existencia suponía una impertinencia hostil contra la nueva Rusia que quería acercarse, una vez más, a occidente. Durante el Referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN de 1986, en el que el SÍ sacó dos millones de votos más que el NO –resultado netamente fraudulento para Trevijano, Antonio ayudó con gran parte de su patrimonio particular en la campaña a favor del NO. Y hay que recordar que el PSOE esgrimía como principal argumento para permanecer en la OTAN no una posible agresión del mundo comunista, entonces en franco declive, sino el hecho de que tal permanencia ayudaría mejor a soslayar las posibles intentonas golpistas futuras por parte de nuestros ejércitos. Tal cual. La historia posterior ha dado la razón a Trevijano sobre el peligro que entraña la misma OTAN, instrumento militar encaminado sólo a defender los intereses de los EEUU en detrimento de la propia Europa. Por lo demás la OTAN, cuyo principal objetivo es el mantenimiento de la paz y su consolidación, quedó sin argumentos en sus mismos inicios, cuando en 1956 la Unión Soviética, a través de Bulganin, Presidente del Soviet Supremo, pidió la integración de la URSS en la misma OTAN, ya que también para Rusia el mantenimiento de la paz y su consolidación era su principal objetivo en política exterior.

Cuando Rusia recuperó Crimea como territorio ruso que es hasta las cachas, Trevijano aplaudió esta decisión de Putin. Crimea es rusa desde hace doscientos cincuenta años. Y si no fuera rusa, sería turca. En las playas de Crimea pasaban los veranos los Romanov, en el Palacio de Livadia, en Yalta, precisamente en el mismo lugar en que se celebró en febrero de 1945 la famosa Conferencia de los Tres Grandes, EEUU, Rusia y el Imperio Británico, lugar también en el que se acordó –que lo recuerde Lituania ahora– que Könisberg, la cuna de Kant, y su hinterland debían ser transferidos a Rusia. Trevijano entonces llamó “cobarde” a Putin por no hacerse en la misma maniobra militar con las regiones rusas de Ucrania, casi todo el territorio que se encontraba al este del río Dniéper, aquel que más concretamente estaría comprendido al este de una línea recta imaginaria que uniría Jarkov con Jersón. Ello nos induce a pensar que Antonio hoy defendería los objetivos rusos en esta guerra, con independencia de que sintiese profunda aversión a la oligarquía que dominaba entonces y hoy el poder político en Rusia, pilotada por el ya dictator Putin.

La actual guerra de Ucrania ha reactivado sin duda el gran complejo industrial-militar de los EEUU. Biden se reúne en Madrid con sus socios-subordinados de la OTAN como el gran comercial del inmenso arsenal americano, obligándoles a la compra y al rearme. Como dijo Adlai Stevenson, uno de los primeros representantes americanos en la ONU: “No podría concebirse la estructura de los grandes negocios en América sin la fabricación de armas. En Washington nadie toma en serio la idea del desarme.” Pocos representantes de la Administración americana han sido tan sinceros. Y a Eisenhower le honra la declaración que formuló en su discurso de despedida en enero de 1961, en la que advirtió de la influencia cada vez más apreciable de las “conexiones entre una inmensa organización militar y una gran industria armamentista. Dijo: “Debemos evitar la creciente influencia, pretendida o no, del complejo militar-industrial”.

[El Imparcial