sábado, 1 de octubre de 2022

Presidencialismos


 

Joshua B. Bolten tocando con su banda, The Compassionates, en el picnic del Congreso de la Casa Blanca. Joshua Roberts/Reuters

 

Ignacio Ruiz Quintano


    Una pepera jerezana (Rafael de Paula: “Me vuelvo a Jerez de la Frontera, donde las papas se comen enteras”) exige, cuando preside, y “por respeto al sexo”, que le digan “presidenta” en lugar de “presidente”.


    –Soy el presidente de los Estados Unidos, revestido de gran poder –tuvo que decir un día Lincoln para templar a dos senadores recalcitrantes.
    

El presidencialismo americano no tiene la trascendencia del jerezano, pero sustenta (o sustentaba) los dos ismos más decisivos de la única democracia constitucional que hay en el mundo: el bipartidismo y el patriotismo. Por eso se ha propuesto destruirlo el Deep State.
    

Ni siquiera el presidente es omnipotente. Ojalá lo fuera. Suele decir que la vida sería mucho más fácil si fuera una dictadura –en palabras de Joshua B. Bolten, director de presupuesto de Bush Jr., “ungido presidente” en el dudoso proceso electoral de Florida que tuvo dos nefastas consecuencias: un lúser, Al Gore, condenado a vagar por la tierra predicando el Santo Cambio Climático, que sus perrucas le dio, y un Deep State que se apoderó del gobierno de los Estados Unidos y de la democratización fukuyama de Iraq, que también le dio sus perrucas.
    

El “congreso” de abogados y consultores políticos reunidos en Miami que en el 2000 le costó la presidencia a Al Gore parece una broma, comparado con los “apagones” que en el 2020 le costaron la presidencia a Trump, pero ambos acontecimientos desembocaron en sendas guerras calientes en algún lugar del planeta.
    

Excepto cuando siente entusiasmo por un caudillo, tenía observado en su época Bertrand Russell, el votante de una gran democracia tiene tan poco sentimiento del poder que con frecuencia piensa que no merece la pena dar su voto: la vastedad de las fuerzas que deciden quién ha de gobernar hace que su parte le parezca completamente desdeñable.
    

Todo agitador político hábil se consagra a estimular la devoción de un individuo. Si el individuo es un gran caudillo, el resultado es el gobierno de un solo hombre; si no lo es, la junta secreta que ha asegurado la elección se convierte en el verdadero poder.
    

¿Quién está hoy a los mandos del Mundo Libre? Mr. Biden es, por las imágenes, un demente senil, y Mrs. Harris, cuyo único logro político fue hacer llorar con sus groserías al juez Kavanaugh en la audiencia de confirmación en el Senado, tiene problemas insalvables con la lógica. Si, a pesar de eso, la “junta secreta” los exhibe, hay que suponer que lo hace con la idea de vaciar la figura presidencial (arrebatarle la auctoritas, aquel “gran poder” que le atribuía Lincoln), que es decir la Constitución, para alcanzar la “vida fácil” de la dictadura de Bush.