Hughes
Abc
Es curioso cómo los medios internacionales hablan de los “Antifa”. A veces se les otorga un tratamiento cercano al roquero. “Así son los antifa”. Uau. Y ponen la foto de uno guapo ataviado de moderno luchador antifascista.
La “lucha antifascista” es otra de las cosas banalizadas. Es como el antifranquismo de aquí, que se hace medio siglo después y para un mejor y más cómodo trinque. Condenar a un nazi lo hace mi sobrina. Es el tonto de la esvástica. Malo, caca. Es la primera medida higiénica aprendida. Pero la cuestión es un poquito más compleja, y seguro que podemos ir un poquito más allá. Para empezar, los medios de comunicación tienen una extraña relación instrumental con los llamados “antifa”. Parecen actores para sus noticias. Nada más ganar Trump, a las horas, allí estaban los “antifa”, escracheando sus propiedades y manifestándose en todas las ciudades. Contribuyen al relato de una rebelión democrática. También pasó con los aeropuertos tras el decreto sobre inmigración. Porque los “antifa” no solo “persiguen” el nazismo. Han perseguido con violencia cualquier expresión verbal, incluso razonada, o cualquier reunión o manifestación de grupos que ellos consideran igualmente “nazis”. Estos “Antifa”, parece que bien organizados, vienen a ser la manifestación inmediata, física, vanguardista, de cierta superioridad moral de periodistas, izquierdistas y liberales (en el sentido americano del término). Son los fighters de la superioridad moral. Y esa superioridad moral les permite manifestarse físicamente y oponer una violencia verbal y real contra cualquier cosa que ellos consideren nazi, además del nazi en cuestión.
Eso es uno de sus efectos. Aparecen para rodear y señalar lo que no puede decirse. El otro es, repito, banalizar la verdadera lucha antifascista. Confundirla, apropiarse de ella y convertirla en una forma siniestra de narcisismo y en un maniqueo marcador moral.
[16 de Agosto de 2017]