miércoles, 25 de diciembre de 2019

Hispania, nationum natio

Príncipe Nikolái Serguéievich  Trubetzkoy



 Martín-Miguel Rubio Esteban

Que España es una “Nación de naciones” es una figura retórica muy mal traída políticamente. Se trataría de una hipérbole con un sentido positivo y majestuoso, es decir, no una tapeínosis, parecida a este tipo bíblico de “Sara, madre de naciones”, que San Isidoro reconvierte en “Roma, nationum mater”, y que luego el Renacimiento la recupera. Pero si nos atenemos a su solo contenido político estamos ante un oxímoron enfático siniestro. El énfasis, mediante la comunicación de un pensamiento inexacto, quiere expresar algo más aproximado a la realidad o verdad, en tanto que el oxímoron es la unión sintáctica de conceptos contradictorios en una unidad. Semánticamente una nación de naciones no tiene ningún sentido inteligible, a no ser que se le quiera convertir en una antonomasia, como “es la mujer de las mujeres”, o en una ironía picarona en ciertos contextos de invectiva. En todo caso dicho por el Gobierno, en el que por definición el analfabetismo y la estupidez no pueden estar presentes sin contrariar a Hegel, es una traición a España como una casa. Porque la “natio” siempre se ha definido frente a las “nationes peregrinas”, o extranjeras. El valor de la “natio” es un valor de posición frente a las demás, lo mismo que los fonemas en el sistema del príncipe Trubetzkoy. La posición nacional, como el paisaje, desempeña una función catalítica en la psicología y el arte de los habitantes. El concepto “nación de naciones” es todo un adýnaton o cosa imposible desde el punto de vista puramente político, y ya llegados a este punto sería sólo una metáfora de asociación de naciones libres e independientes, extranjeras entre ellas mismas, una Commonwealth de la Península Ibérica, una retórica inane y pomposa, una España muerta y despedazada. Pero España, qué duda cabe, se resistirá a ser una nación de naciones, a ser un toro desollado como el de Rembrandt, o con la versión más salvaje de Chaim Soutine.

Puede existir un Estado de Naciones –como el caso del Reino Unido–, pero jamás una Nación de naciones, una estupidez traidora, una felonía, que parece imposible que la perpetren gentes de la misma ideología que Jean Jaurès, que sabía escribir magníficos textos en latín. “España, nación de naciones”, es una venenosa palabra-ronroneo que esconde la puñalada mortal de una palabra-gruñido. Toda una criminal traición perpetrada por quien prefiere gobernar en “lo que quede de España” a no gobernar en absoluto. Esta monstruosa acuñación es una repugnante carantoña en los ilei pondera o peso de la entrepierna del secesionismo rampante y nazi. Cuando una nación vive como una única unidad durante más de quinientos años ineluctablemente esa nación es una nación indivisible. Tampoco España es una nación de naciones en un sentido de Imperio, como lo fueron los antiguos imperios fracasados ruso y austrohúngaro.

Por otro lado, cuando la indecencia y la ignorancia políticas quieren triunfar sobre la ética y el conocimiento políticos, siempre echan mano desde los clásicos del relativismo moral y el relativismo cultural. Así, un campanudo secretario general del Partido Socialista de Euskadi, quizás con la torva idea de tocar salva sea la parte a Emiliano García Page, afirma categórico y muy natural que “hay tantas naciones como cada cual quiera”, añadiendo con firmeza que “el concepto de nación es muy amplio y pueden existir tantos conceptos como queramos”. El mal siempre cuenta con la ignorancia y el analfabetismo como los más poderosos aliados.

Los nacionalismos hirsutos, que como tumores cancerosos ponen en peligro el cuerpo de la nación española, son un inveterado producto de codicia, curas trabucaires y mitología voltairiana. La deslealtad y la onfalitis de algunas autonomías han potenciado la cría de gallos de ambición mezquina, que con tal de tener ellos un pequeño corral en donde exhibir pletóricos su apoteósica cresta de mediocridad atentan criminalmente contra la patria y la nación. Los curas trabucaires, con olor a rancia sacristía sin ventanas, envenenaron el alma catalana ya desde la Guerra de Sucesión, en la que activamente participaron en la masacre de castellanos y violación de castellanas. Voltaire creó el mito catalán para como buen patriota defender los intereses de Francia contra el Imperio Español. Nada justifica el despropósito independentista. Es un cáncer nacido del abuso constante, y consentido largamente por el órgano rector que debería velar por la salud de la nación española, y no permitir dietas letales.

Pero ya el divino orador Lisias nos enseñó con su sublime estilo ático que de la misma manera que es propio de los valientes combatir contra cuerpos vivos, también es propio de las gentes que no confían en sí mismas ( “apistoúntôn” ) el hacer alarde de valor ( “eupsychían” ) con los cuerpos muertos; y que de estos últimos cobardes y sacrílegos no se puede esperar nada decente, ni decoroso ni noble.