viernes, 26 de abril de 2019

El despropósito del fútbol actual. (Jornada de reflexión)

 
 
 
Pepe Campos*
Taiwán

¿Qué hubiera pasado en la historia del fútbol de no haber existido en su planteamiento marcajes individuales, desde los años cincuenta hasta los noventa del siglo XX? Pongamos un ejemplo: ¿qué equipo habría ganado la final del campeonato del mundo de 1974 (Holanda-Alemania), si Berti Vogts no hubiera marcado a Johan Cruyff, en ese partido, persiguiéndole constantemente por todo el campo? ¿Pertenece la marca individual sobre el mejor jugador rival a lo que se denomina de manera despectiva anti-fútbol? Pensemos que fue un recurso de la estrategia futbolística que se empleó de manera asidua y puntual en etapas en las que el fútbol fue verdaderamente bello y sorpresivo: de 1958 a 1974 o de 1982 a 1990. Futbolistas como Alfredo di Stéfano, Pelé o Maradona, lo padecieron y lo superaron, y fueron figuras dentro de esa forma de equilibrar los partidos, porque si no se emplea esa táctica (comparemos con lo que sucede en la NBA) los equipos pequeños están vendidos materialmente, y se pasa a un fútbol sin sentido, como el actual, de goleadas disparatadas, irreales, que dan un mero valor cuantitativo al fútbol y que están llevando a un aburrimiento estético integral.
 
Hace años se denigraba al fútbol antiguo de comienzos del siglo XX, incluso al anterior o al practicado hasta la década de los años sesenta del siglo XX, empleándose para ello el argumento de que los resultados abultados en los marcadores, que eran consustanciales a esos tiempos, se daban porque no había nivel futbolístico, ni se entrenaba la táctica, ni la estrategia, ni los jugadores estaban preparados físicamente. Bien, pues ahora estamos acostumbrados a goleadas que hieren la vista al ver simplemente el resultado -algo que a los jugadores, seguidores, entrenadores y presidentes de los clubes goleados les da igual- en un momento en el que todo pasa por la programación de entrenamientos, diseño de dietas, y un sinfín de detalles, que involucran hasta el hastío al imperio del fútbol. Verdaderamente hoy cuando un equipo pierde por goleada, un hecho normalísimo, ese resultado le acredita como equipo que mantiene un excelente trato con el balón, con defensas en zona que demuestran, y esconden, dejadez táctica. Demos ejemplos: «¡Qué bien trataron ayer al balón los jugadores del Betis o del Rayo, tras perder por cinco o seis goles! ¡Fue fantástico! El rival ganó por goleada, pero el trato dado al balón por los equipos que perdieron fue maravilloso, excelso, nos permitió ver pasajes dignos de ser recordados». Son simples ejemplos de equipos buenistas (hay muchísimos más) de hoy, dirigidos por entrenadores buenistas, que consiguen un fútbol buenista. ¿Se podría hablar de un final del fútbol? Ahí, Guardiola. Ahí, Messi.
 
El fútbol que vemos hoy es un amasijo de ataques y de sobes donde el balón va y viene de un jugador a otro, las líneas de las demarcaciones suben y bajan como en acordeón inflado, en pleno canto, sin que existan marcajes expresos, sino una amplia zona vacua, lo cual habilita a todo tipo de jugadores (técnicos o no técnicos, pues está al alcance de todos) a marear insistentemente el balón, de aquí para allá, y vuelta a empezar, como si la competición consistiera en un sucesivo entrenamiento. Se ha conseguido llegar a un fútbol totalmente prescindible, reiterativo, aparentemente bello, igualitario, ausente de sorpresas, sin desborde, sin invenciones más allá de lo inane o estético. Perfectamente, podemos imaginar a un Sterling, ir y venir, volver y revolver, girar y re-girar, ir hacia adelante y hacia atrás, culebrear, hacer el pase de la tortilla de Jesulín, para acabar al final, al cabo de varios segundos, en el mismo lugar. Y, a continuación, volverle a ver a Sterling (o Hazard o Isco, o Neymar) empezar de nuevo el repertorio exhibido, y dale que dale. Viene a ser un modelo que todos los jugadores quieren copiar. Cierto que, por medio, igual no nos hemos dado cuenta, ni nos acordaremos, se han podido meter dos goles o más, envuelto el asunto en un colosal buen trato al balón, de unos y de otros. De los que sobaban al balón y de los que miraban (a los jugadores rivales, con verdadero gusto y embeleso) el edulcorado sobeo.
 
Se echa de menos a entrenadores tácticos, de veras, que planteen -si su equipo no es superior- partidos aguerridos, igualados, que demuestren conocer a los jugadores del equipo al que se enfrentan, empleando lo mejor posible a sus propios jugadores, buscando ganar los partidos, mostrando un interés por frenar al rival. Son necesarios jugadores que tengan amor propio, un sentido del honor, garra, atención, disciplina y que no se conformen con dejar pasar con facilidad a los rivales encarando el gol. No estaría mal que las aficiones fueran más exigentes.Y que los presidentes cesen a todo entrenador que permita que su equipo pierda por goleada y que sea capaz luego de cenar.
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*Pepe Campos es profesor de Cultura Española 
en la Universidad de Wenzao, Kaohsiung, Taiwán