lunes, 18 de julio de 2016

Mucho Palomarejo para tan pocas migas

 Padrenuestro de la nada

Nos vamos en banda

José Ramón Márquez

Va pasando julio y van pasando las oportunidades. Vienen los torerillos con su poco o nulo bagaje, se encuentran con una corrida con la que poder poner sus puntos sobre las íes del toreo, se pasa la tarde, recogen y se van, y aquí paz y después gloria. He ahí el día a día -salvo alguna escasa excepción- de la temporada de novilladas en Madrid. Ayer, para no variar, otra oportunidad perdida con los pupilos de don Fernando Peña. No será la última: cada tarde vemos cómo se van con las orejas puestas, acompañados en el arrastre por los chasquidos de las trallas de los benhures de la propinilla, novilllos de óptimas condiciones.

Para la festividad de Santa Jenara, 17 de julio, los aún gestores de la Plaza de Toros de Las Ventas o quien les haga el trabajo reseñaron una corrida de don Fernando Peña, como se dijo más arriba… bueno, en realidad de la Compañía de Inversiones Palomarejos, S.A., que es como si dijésemos la Compagnie International des Wagons Lits de nuestra infancia, razón social propietaria de los ganados. Los Palomarejos tienen en propiedad la ganadería desde el año 1990, veintiséis años, que se dice pronto, y con la actual procedencia Torrestrella desde 1995. Veintiún años son suficientes como para que los Palomarejos sean ya otra cosa distinta de los Torrestrella de su origen, tras tantos lustros de dedicación a la cosa ganadera de don Fernando y de doña Ana, su hija. Téngase en cuenta que, por ejemplo, don Juan Contreras tuvo en su poder su afamada ganadería por espacio de catorce años, de 1906 -según contrastada opinión de don Rafael Cabrera- hasta 1920, fecha de su venta a los de Terrones. Y es que lo mismo ya va siendo hora de ir revisando esto de las procedencias. El caso es que Palomarejos nos trajo a Madrid seis galanes de variadas capas, muy en la cosa de Torrestrella, en eso sí que no cabe duda: un negro jirón, un castaño, un listón chorreado en morcillo, un precioso ensabanado mosqueado, un negro salpicado y un entrepelado bragado corrido, meano, axiblanco y girón. Corrida seria y excelentemente presentada, de buen juego en general, con algunos de más bravura, como el primero, y otros tirando a mansos, interesantes, con chispa, nobles, pero sin ser la tonta del bote. De los seis, cuatro fueron despedidos con aplausos, uno de ellos con ovación, y eso debe de haber sido una gran alegría para los ganaderos, que en su última comparecencia en Las Ventas, hace por ahora siete años, vieron cómo uno tras otro se les iban a los dominios de Florito en una exasperante ensalada de debilidad y caídas. Buena corrida la de Fernando Peña, pues. Podemos decir, como me apunta mi veterinario de guardia, que ésta es, junto a la de Guadaira, la mejor de todas las novilladas que llevamos este año en Las Ventas. Queda, no obstante, una pena para Peña (permítaseme, por Dios)y esa es que en ningún caso los pupilos que ha soltado en Las Ventas ha sido la tonta del bote, todos los novillos han tenido su personalidad cambiante, sus cosas inteligentes, su cosita que torear. No han sido los carretones que se demandan y, sin ser fieras corrupias, ahí han dejado su «¡aquí estoy yo!» y eso creo que en estos tiempos que corren es como si dijésemos una condena al ostracismo y al olvido, pues bien sabido es que la moderna sensibilidad taurómaca lo que pide es la bobería suma, la tontuna galopante, la falta de ideas y la memez por bandera, y si no que se lo digan a los que dan los “premios” de la Feria del Toro o a los de San Isidro; por ello que no parece que la variada y entretenida corrida que ayer echaron en Madrid, sin atisbo de blandenguería, les vaya a servir para que se les tenga en cuenta.

Para matar los Peña pusieron en el cartel a Mario Alcalde, a Luis Manuel Terrón, de Badajoz, nuevo en esta Plaza, y a Alejandro Conquero.
 
Da la impresión de que asistimos a las postrimerías de la carrera de Mario Alcalde. De sus prometedores inicios a las cinco corridas que firmó el año pasado hay un trecho en el que se pueden espigar cogidas y lesiones tanto como ocasiones dejadas pasar. A estas alturas Mario Alcalde tiene poco que decir y acaso busque una orejilla madrileña que le abriese la puerta a tomar la alternativa, cosa que parece hoy por hoy complicada. El tiempo que lleva en el toro no le ha asolerado, las enseñanzas de Carlos Escolar «Frascuelo» no se ven aflorar por parte alguna y lo que presenta otra vez en Las Ventas es un pasar el rato sin tener nada que decir. Evidentemente es torero muy toreado y tiene recursos para ir pasando el trago, pero la raíz de su toreo no dice absolutamente nada. Acaso si él mismo recordase sus prometedores inicios podría hacer un severo examen de conciencia que le explicaría netamente la deriva de su carrera, pero no parece que Mario Alcalde esté, hoy por hoy, con la mente en el toro. Su primero, Senador, número 6 fue un toro bravo. Acudió con alegría a las dos entradas al caballo que montaba Juan José Leiro y se empleó en ambas. Leiro, marca de la casa, le arreó bien en la primera y le consintió en la segunda. En banderillas acosó a los peones y llegó a la muleta demandando un torero, cosa que no tuvo enfrente. En ese toro estaba la resurrección de Mario Alcalde, que no llegó. En su segundo, más manso, tiró líneas como quien echa miguitas a los gorriones en El Retiro. En el que mató por herida del debutante ni se lo pensó, agarró el estoque y se fue a darle cuchilladas hasta que acabó con su vida de cualquier manera.

El debutante, Luis Manuel Terrón, es un torerito muy pinturero. Se ve que el muchacho tiene gusto y debe ser una gloria verle con las vacas. También adolece de una notoria falta de oficio que, a la postre, es la que le valió la cornada que se llevó. A su primero lo recibió en la onda rocarrey, a base de pases cambiados y fruslerías pueblerinas y cuando hubo que ponerse a torear la cosa no le salió. El novillo era exigente y demandaba más compromiso por parte del torero, más ir al sitio y poderle, pero también echar la muleta adelante, llevarle toreado y mandarle. El animal, Carabinero, número 20, le punteó la muleta lo que quiso y siempre dio la impresión de estar por encima del torero. Su segundo, Violinista, número 40, es el que le echó mano: estando en los medios, completamente descubierto, el toro le ve y le prende.

Y Alejandro Conquero, 26 festejos el año pasado, también trajo de una manera harto patente el sello de su falta de oficio. No fue capaz de aprovechar la bonita y repetidora embestida de su primero, Malsanado, número 128, al que toreó de rodillas en el inicio de la faena, siendo esto lo más reseñable de su actuación con ese toro, y en su segundo, Cantor, número 72, que tenía bastante más que torear, nos dio una verbena de enganchones como hace tiempo que no se veía.

A la salida me encuentro con X., aficionado de muchos lustros. Me dice: «Hay que dar oportunidades, hay que ayudar, y al que se tiene que ir de guarda a una obra o a currar a una portería no hay que engañarle».