Karl Marx sentía una profunda admiración por Charles Darwin. Estaba convencido de que sus obras eran complementarias. La historia natural de Darwin no sería sino la traducción natural de la lucha de clases que él había encontrado en la historia. Para dejar constancia de sus sentimientos, en 1873 le envió un ejemplar dedicado de El Capital.
Darwin, que tenía un alto sentido de la cordialidad, le respondió inmediatamente con una nota de agradecimiento donde le decía que compartía su propósito de aumentar el conocimiento de la humanidad y, con él, la felicidad colectiva. Marx entendió que esta respuesta confirmaba su afinidad intelectual. Pero la realidad era otra: Darwin nunca leyó El Capital. Ni tan siquiera llegó a despegar las hojas del ejemplar que le envió Marx.
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