viernes, 3 de octubre de 2014

Consenso


Consenso urbanístico


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El hombre del consenso es Pedro Sánchez, que va arreglar la corrupción “preveyéndola” (sic), y la violencia doméstica, con “funerales de Estado” (sic) a las víctimas (sólo mujeres). ¿Por qué no al revés?

    Pedro Sánchez juró en al ágora cultural de Jorgeja que nunca le veremos en una plaza de toros (la izquierda quiere dejarnos a los españoles sin toros como dejó sin azúcar a los cubanos o sin gasolina a los venezolanos), pero, con esos conocimientos, yo le haría jurar que no le veremos nunca presidiendo, no ya el gobierno, sino una junta vecinal.

    Y, sin embargo, Pedro Sánchez es el hombre del consenso.

    El consenso es palabra religiosa (cosa que no sabe Sánchez) y liga con la democracia lo que el aceite con el agua. Una forma elegante de no decir “pastel” que ha encontrado nuestra política, pues el consenso supone canjear principios como Groucho canjeaba gusanos.
    
En el posmarxismo (en la posmodernidad, como dicen los ex marxistas vergonzantes), el consenso hace la función que en el premarxismo hacía el matrimonio, aunque ayer leí en Mayte Alcaraz que Marine Le Pen oye campanitas cuando ve pasar a Pablo Iglesias por Estrasburgo, la ciudad levítica de Ernesto Giménez Caballero, Gecé.
    
Es fama que Gecé, en busca de otro Imperio Romano Germánico, celestineó en su día por una boda de Pilar Primo con Hitler, pero el Führer era ciclán. ¿Qué tendría de locura, en busca de otra Revolución Francesa, casar a Pablo con Marine?

    El consenso que representa Pedro Sánchez tiene vuelo más de corral, y miramos a Cataluña, donde los sublevados también hablan de consenso (consenso es ausencia de conflicto), con lo cual aquí la única procesada por desobediencia a la autoridad (la de dos agentes de movilidad, mitificados por la izquierda cultural como los Galán y García Hernández de la España nueva) sigue siendo Esperanza Aguirre.
    
Lo bueno del consenso es que permite la libertad de expresión. Lo malo, que (a cambio) impide la de pensamiento.