«El Hencho». Florencio Casado, del barrio de las Margaritas, Córdoba. Un torero «hecho», es decir hecho y derecho. Más «hencho» que largo. Un agosto de Madrid -la mejor estación, si no refrescara por las noches- , toreó un toro de Ortigao Costa, «pregonao». Le acompañaban en el cartel dos buenos toreros ya fallecidos, Luis Segura, el finísimo torero de Usera, y Óscar Cruz, de Colombia.
El Hencho realizó una faena épica, cortó las dos orejas y salió por la Puerta Grande. No se me olvidará jamás. Uno tenía una novia gallega y antitaurina. Por esas cosas raras del amor me esperaba a la vera de la Puerta Grande. Desde la andanada del ocho de Las Ventas, una escalera interior comunica con la Puerta de Madrid. Como en los toros casi nunca pasa nada, salía de prisa y malhumorado. Ella siempre estaba allí y, cosas del amor, nos íbamos de cañas y me ahorraba las insufribles tertulias sobre el padre de Domingo Ortega, el cuñado de Machaquito o el suegro de Lagartijo. Así vivimos un largo y cálido verano hasta que a Florencio Casado «El Hencho» se le ocurrió salir por la Puerta Grande.
El Hencho realizó una faena épica, cortó las dos orejas y salió por la Puerta Grande. No se me olvidará jamás. Uno tenía una novia gallega y antitaurina. Por esas cosas raras del amor me esperaba a la vera de la Puerta Grande. Desde la andanada del ocho de Las Ventas, una escalera interior comunica con la Puerta de Madrid. Como en los toros casi nunca pasa nada, salía de prisa y malhumorado. Ella siempre estaba allí y, cosas del amor, nos íbamos de cañas y me ahorraba las insufribles tertulias sobre el padre de Domingo Ortega, el cuñado de Machaquito o el suegro de Lagartijo. Así vivimos un largo y cálido verano hasta que a Florencio Casado «El Hencho» se le ocurrió salir por la Puerta Grande.
Se abrió la Puerta Grande y ella esperaba mi salida. Cuál no sería su sorpresa cuando salieron los «grises» a caballo despejando la explanada de Las Ventas del Espíritu Santo. Y detrás -casi muere del susto- un grupo de exaltados llevaba a hombros a un tío gordo, vestido de luces, hecho un cristo, con dos oídos peludos y sangrientos en las manos. Y a continuación una avalancha de posesos gritando: ¡Torero, torero! ¡Viva la madre que te parió! ¡Viva Córdoba! ¡Las Margaritas! ¡El Gran Capitán! ¡Torero!
Y el que más voceaba era un tipo bajito y con gafas, que ni siquiera reparó en una morenita y dulce gallega, acurrucada junto a la pared como un pajarillo, «anduriña» asustada. Así perdí mi amor. ¿Y El Hencho? Repitió quince días después y se llevó una cornada en la barriga. Cuando reapareció fue como una sombra y nadie volvió a verle.
Jorge Laverón
Jorge Laverón
Toreros que nadie vio
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