A pelo y pluma
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El primer viaje de Juan Pablo II a España (octubre del 82) coincidió con la clausura en Ávila del cuarto centenario de Teresa de Jesús, “esa gran santa española y universal”, al decir del Papa, que no sabía que la monja andariega fue, en realidad, una abadesa de Pedralbes, según el señor Alsina i Bilbeny, el eminente profesor de Arenas de Mar, llevado por amor a la verdad a poner el punto sobre su “i”.
Antes de las investigaciones de Alsina i Bilbeny, todo lo que sabíamos de la patrona de España era lo que nos contaban los lectores de Pepe Sánchez-Rojas, ateneísta como Azaña, a quien los demás ateneístas llamaban “el chulo de Santa Teresa”, por el dinero que había sacado a la Santa publicando artículos sobre ella.
En aquel primer viaje papal a España, los periodistas fueron invitados a la Nunciatura, donde esperaron en fila formal a ser recibidos por Juan Pablo II.
Entró el Papa, y Pilar Urbano, pluma (“cálamo de veloz escriba”, dice el salmista) en mano, saltándose cualquier protocolo, se arrojó al suelo al grito de: “¡Santidad, bendecidme la pluma!”
Y así quedó establecida la superstición según la cual cuanto escribía la Urbano iba a misa.
¡La pluma! ¡El aquilífero pincel de Fray Gerundio!
El “bendecidme la pluma” de la Urbano a Juan Pablo II es para el creyente lo que para el agnóstico el “si mi pluma valiera tu pistola / de capitán, contento moriría” de Machado a Líster, el Millán Astray del Quinto Regimiento que, al ponerse las cosas feas, evacuó de Madrid a “los intelectuales”.
–En España hay muchos más salvadores de la verdad que de la patria.
Eso dice, y no parece muy desencaminado, Gregorio Luri, que ve el mal político en nuestra equivocada creencia en poder vivir sin mitos colectivos. Creemos, dice Luri, que la salud consiste en arrojar lejos las prótesis que nos permiten caminar.
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Y entonces nos vuelve a la cabeza la imagen de España salida de la pluma de Quevedo: un ciego llevando a un cojo al hombro.
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Y entonces nos vuelve a la cabeza la imagen de España salida de la pluma de Quevedo: un ciego llevando a un cojo al hombro.