Marquesona de Serafín
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El encaste puramente español de nuestra izquierda se ve en su acreditada condición picaresca.
En la izquierda extrema tenemos la picaresca de las huelgas de hambre etarras, paliadas por las latas de atún y calamares del economato taleguero, y donde hasta la suelta del gudari torturador de Ortega Lara parece estar pasteleada, con lo sencillo que sería aplicar, no la doctrina Parot, que no va a ninguna parte, sino la doctrina Manson (no Marilyn, sino Charles, el asesino de Sharon Tate).
Y en la izquierda feble o socialdemócrata tenemos el impuesto (ya suponemos que revolucionario) del fútbol, o se, el “furbo”, monopolio industrial de una izquierdona desahogada y oronda como las marquesas de Serafín.
–¡La cultura no es un lujo! –grita el artistaje en la calle, para pedir una cultura “pública y gratuita”.
Y el fútbol no es cultura, sino mercancía, aunque con un prospecto de Educación para la Ciudadanía progresista: hay un fútbol bueno (“de izquierdas”, dijo Guardiola sin rodeos) que es el del Barcelona y un fútbol malo (de derechas, claro) que es el del Madrid, aunque curiosamente sea el del Madrid el más solicitado, con lo cual a la izquierdona que regenta el estanco no le queda más remedio que cobrarlo.
¿Por qué lo que en Mercadona es ánimo de lucro (“las aguas heladas del cálculo egoísta”, en cursi frasecilla de Marx) en Mediapro constituye, simplemente, ánimo de “entertainment for men”?
Pues porque España sigue siendo aquel país de beatas de rosario de cuentas de lapislázuli y comunión diaria que ha cambiado las obleas por ruedas de molino y las cuentas de lapislázuli por “ostrokones” con artículos de fondo muy morales de Ferlosio, devenido en eximio padre Pilón de la parasicología progre.