martes, 17 de mayo de 2011

Grandes momentos del antitaurinismo en Madrid

Los tonos de las banderas que los cubren marcan la diferencia
de Comunidad y Ayuntamientos en los palcos, con los típicos jubilados hispánicos
jugándose la vida por tocar a sus ídolos

TODOS EN EL PALCO

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

Como el camarote de Groucho estaban los palcos de Las Ventas el día del Santo: Aguirre en el de la Comunidad, y en el del Ayuntamiento, Cobo y Gallardón, que sólo Manzano sabe lo que costó municipalizar esas sillas. Gallardón va a los toros en San Isidro como el criado de Larra podía hablar en Nochebuena: por bula de Alicia Moreno, que piensa que la tortura no es cultura, y tiene razón la Moreno, si lo que uno va a ver es una corrida de Morante, de Manzanares, de López o de cualquiera de los muchachos del toreo que se han apuntado, para pagar la mitad de Iva, a la cosa de la Cultura. Así resolvió Francia el problema: lidiar a un animal doméstico, y por tanto democrático, es tortura; lidiar a un toro encastado, y por tanto fascista, es cultura. Cultura Inmaterial, lo han declarado. Y el caso es que para ver toros encastados hay que ir a Francia, mientras en España, donde los profesionales a la casta le dicen “rabia”, despachan animalejos de mirada conmovedora bajo la consigna del arte, que consiste en componer posturas sacadas de los billares de los años cincuenta. “Las rabiosas que las mate Urdiales”, es la voz que corre en los círculos culturales.

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