Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Es 1830 y tiene la cabeza ida cuando llaman a su puerta:
–Si es Robespierre, que no estoy –dice Talleyrand a su criado.
Si es Sánchez, empieza a no estar nadie en España.
Ante públicos cobardes, lo rentable es la chulería, y ves a Sánchez venir con sus clisos color “havana”, gafa de misterio y rebeldía, y no sabe uno si es el entrenador del Celta o el presidente del Gobierno hasta que abre la boca para anunciar “una votación de autogobierno” (?) en Cataluña.
No hay improvisación. Hay un plan que en junio del 16, con María Soraya y Cebrián a los mandos, el periódico global llamó editorialmente “pactar Cataluña”, cuyo huevo fue, en el 13, la Declaración de Granada de los socialistas batuecos, que dicen que la igualdad implica no sólo igual trato a los iguales (?) , sino trato diferente a los diferentes (?), “y Cataluña es diferente”, razón por la cual la cuestión catalana “reclama solución política, única capaz de cortar el nudo gordiano de su buscada, y creciente, complejidad jurídica”. Y para eso está en La Moncloa el muñeco de los clisos color “havana”, para cortar el nudo gordiano de la complejidad jurídica. ¿Con qué? Con la lógica de pato de ganso expresada en el famoso silogismo de Schopenhauer que Sánchez y su troupe de cómicos toman en serio:
–El hombre tiene dos piernas, por consiguiente todo lo que tiene dos piernas es un hombre, luego el ganso es un hombre.
Este gobierno que nadie ha votado debería celebrar los consejos en la Academia, en el centro de cuya mesa hay un agujero que Eugenio d’Ors llamaba “el bidet del idioma” para los bajos de la complejidad jurídica: poder constituyente, poder constituido, poder constitucionario… Poner sobre esa mesa la unidad política de España (¡la única que tiene fuerza constituyente!) y ver las mañas de Sánchez y sus cuates de juvenil alegría (Marlasca, Guirao, el Astronauta) para atar la mosca por el rabo.
Después no habrá Constitución política. Quedará la material (indestructible), pero será otra historia.
Septiembre, de 2018