viernes, 22 de diciembre de 2023

El "argumento legal"



 Ignacio Ruiz Qintano

Abc


El “argumento legal” es la hoja de parra del consenso político, concepto antijurídico (y antidemocrático) donde los haya, pues cuando el consenso entra por la puerta el Derecho sale por la ventana.


¿Qué es Derecho? –es la pregunta retórica de Schmitt.


Y responde: algo que se afirma con éxito (con vocación de obligar a obedecer) y se hace válido, es decir, se hace cumplir por la fuerza. “¿Qué es por tanto un jurista? Alguien de profesión justificador. Una profesión que se autojustifica. Los justificadores son peores que los que fabrican dinero”.


Como argumento, el “argumento legal” se parece mucho a ése que, según D’Ors, todo hombre (sobre todo en España) lleva en la entrepierna. De “argumento legal” en “argumento legal” (“de la ley a la ley”), los españoles llevamos más de dos siglos probando regímenes, todos fallidos.


El norteamericano Robert Canup, que ha estudió la relación de la inteligencia con la maldad (“una persona de cada veinticinco es malvada”), sostiene que el argumento legal está en los cimientos de nuestra sociedad y que esto equivale, ni más ni menos, que al arte de la estafa: el más hábil en el uso del medio para convencer de algo a un grupo, es a quien se le cree.


–Cuando está bien distorsionada por buenos mentirosos, la verdad puede hacer que una persona inocente parezca mala, sobre todo si es honesta y admite sus errores.


Acostumbrados al “argumento legal”, ante un conflicto damos por hecho que la verdad se halla en algún punto intermedio entre los extremos, lo que supone una ventaja para el mentiroso-psicópata.


Por el “argumento legal” pasamos en España de las leyes fundamentales a la reforma, de la reforma a la constitución y de la constitución a esa “nación” que viene a ser como el pene fetiche de la Cataluña separatista: cuando las teorías no concuerdan con la realidad, acudimos a la ficción jurídica, razón por la cual nuestras leyes cada vez son más embrolladas, como homenajes a la teoría de Roland Barthes de que “todo texto es un tejido de sentidos enmarañados”, alusión, según él, a la hipótesis freudiana de que la mujer aprendió a tejer al cruzar los pelos del pubis para hacer con ellos lo que Puigdemont con los pelos de la amnistía, un pene fetiche que provocará la envidia de pene fetiche en el resto de autonomías, ya en cola para los referéndum de sus fantásticos derechos de autodeterminación.


Sólo se autodetermina lo que es, en sí mismo, soberano –avisó el que todo lo avisó hace medio siglo–. Quien reclama la autodeterminación como derecho, confiesa que no es soberano, y que la soberanía está en el sujeto a quien se la reclama.


Pero, liquidado el Derecho, ¿qué importa? En España nunca faltan Gundisalvos (“Vote a Gundisalvo. ¿A usted qué más le da, hombre?”) cargados de “argumentos legales” con que estafar a un pueblo que lleva más de dos siglos chapoteando, feliz, en la tinta de calamar de los sofismas. Aquí, quien hace la ley, hace la trampa.


[Viernes, 15 de Diciembre]