viernes, 13 de octubre de 2023

Los Palha de Zaragoza, para Sánchez Vara, Chacón y Jiménez, con un ojo puesto en lo del Cid en Madrid. José Ramón Márquez


A Zaragoza o al charco

José Ramón Márquez


Mucho tiempo antes de saber que Morante no iba a ir a Madrid ya habíamos tomado la decisión de irnos a Zaragoza a ver la de Palha. El año había empezado de manera espléndida con lo de los 3 Puyazos en Guadalix y no era cuestión de acabarlo con una cuvillejada deleznable, que eso te pega media lagartijera que ya te dura todo el invierno. 

En Zaragoza, como en Madrid, como en los sitios donde queda un reducto de afición, los aficionados despliegan, antes de comenzar la corrida, una pancarta en el tendido 4 clamando contra la empresa que va arrinconando y ninguneando la importancia de esta Plaza de pirmera.




Junto al interés de los toros portugueses ponemos a Sánchez Vara (siempre Cazarrata en la memoria); a Octavio Chacón, con la que lió en Madrid con el de Sobral; y a Borja Jiménez, que ése sí que la lió el otro día con los de Victorino, queda una corrida de lo más atractiva. Luego la cosa se nos torció un poco, porque en Madrid le dieron a Manuel Jesús “El Cid” la sustitución del Gallito de La Puebla, regalo tan envenenado como el que le hicieron a Damián Castaño, y ahí estábamos toda la calurosa tarde zaragozana mirando a ver qué podía hacer el Manuel con la redada que habían preparado los de Plaza1 cuando los profesores veterinarios eliminaron lo de Cuvillo, tal y como tantos pensábamos que ocurriría, y echaron seis chuchos que habría por allí,

A las cinco y media de la tarde y ataviados como los integrantes del conjunto musical Parchís, hicieron el paseíllo los actuantes tras las grupas de los caballos de los alguacilillos. Lo que más llamaba la atención era Sánchez Vara de rosa, que estaba como para hacer un muñeco igual a ése de El Fary que se pone en el salpicadero de los autos. Algún industrial o chino que lo haga puede forrarse, eso está garantizado.

El primero, Salero, número 394, era un tío con un cuajo y una presencia pavorosa. Totalmente negro como los toros aquellos que, según cuenta la Ilíada, sacrificaban los pilios sobre la ribera del mar, “en honor del de la azuloscura cabellera”, fue remiso a entrar al caballo, como le pasó a toda la corrida, pero cuando lo hizo, lo hizo con todo y a punto estuvo de hacer besar el suelo a Navarrete (Francisco José) en la primera entrada, cuando le agarró de cualquier manera. En la segunda entrada tampoco es que dictase una “Cartilla de torear a caballo”, aunque ciertas gentes le aplaudieran cuando se retiró de la escena de sus crímenes. Al toro lo había recibido Sánchez Vara a porta gayola, parándole después, con mando y suficiencia, muy dominador, Tras el trámite banderillero del que se ocupó el propio matador y del que dejamos anotado el segundo de los pares, se empleó con Salero en una faena muy en su estilo mandón y valeroso. La cosa no acabó de cobrar vuelo y el alcarreño dio por acabada su actuación con una estocada baja y atravesada que fue suficiente.

Más en el tipo de Ibán el segundo, Barberito, número 411, un castaño bien puesto con el que la tomó “El Bala” como si el animal le debiera dinero. Le pegó con saña en las dos varas que tomó el de Palha y si le ponen otras dos, lo vende directamente como carne picada. El quite por chicuelinas ceñidas de Borja Jiménez nos hizo olvidar las malas trazas del piquero. Con la muleta Chacón estuvo bien por momentos. Más enganchones de los necesarios hicieron que las gentes no entrasen en la faena, por más que él buscó la buena colocación y el cite ortodoxo. Hubo algunos muletazos de empaque, pero el conjunto no se consiguió elevar. Una estocada baja, un aviso y un descabello acabaron de enfriar a los espectadores.

Otro negro, Fusilito, número 368, fue el primero que sorteó Borja Jiménez, al que la Plaza recibió con una cerrada ovación en recuerdo de la cornada que cobró en este mismo coso en su última actuación. El toro bajaba en presencia respecto de los dos anteriores, que hasta un señor de Ateca que estaba cerquita lo denominó “raspa”, aunque luego el bicho dio sus complicaciones, que en los lances por la derecha de Jiménez protestaba lo suyo mientras que por el otro se los tragaba con más afán. Cumple en varas Fusilito, sufriendo los lanzazos traseros de Tito Sandoval, que últimamente no parece el mismo que era. En la primera empuja con fijeza y clase. El que estuvo como la chata fue Rafael Rosa con los palos, que el hombre le cogió un gato al de Palha que no veía el momento de clavar un par como Dios manda. Borja Jiménez se dispuso a vérselas con Fusilito, del que ya nadie se acordaba de lo de la “raspa” porque el animal mandaba netas señales de peligro a quien las quisiera apreciar. Jiménez, muy serio, busca el sitio y maneja con poderío la muleta desde posiciones de riesgo y verdad, mensaje que llega al tendido. El toro no da nada y todo lo que le saca el de Espartinas es a base de oficio y decisión. Mata de estocada tendida y baja soltando la muleta y da una vuelta al ruedo pedida con fuerza.

El segundo de Sánchez Vara es Peletero, otro castaño, herrado con el número 425. Su primera entrada al caballo fue un regate, porque el bicho iba derecho a los de los capotes y de pronto vio al del castoreño y, sobre la marcha, cambió de rumbo. A este lo picó Navarrete (Adrián) con la técnica del practicante que saca sangre para un análisis de leucocitos y, pese a eso o quizás por ello, recibió los aplausos de ciertas personas que no gustan de la sangre. Vuelve Sánchez Vara a poner banderillas y luego desarrolla su trasteo como el que quiere sacar agua de un pozo seco, porque el animal se va apagando, no regala nada, es peligroso y además se cae. Peletero es el garbanzo negro de la tarde, y Sánchez Vara pone fin a su actuación -de momento- con una estocada en la suerte contraria muy trasera, en lo que conocemos como “el rincón de Julián”.

Bojador, número 428, es el segundo de Octavio Chacón, y es el toro más feo de los lidiados hoy, porque la verdad es que era bastante poco agraciado. No es que no tuviera cuajo, que lo tenía, es que el pobre, que en paz descanse, era un rato feo. Le pica Santiago Chamorro, que también iba de lila lo mismo que “El Bala”, porque hoy los dos piqueros de Chacón iban de lila, y agarra dos buenos puyazos, especialmente el segundo en el que el toro entra con mucha violencia y Chamorro le agarra perfectamente. Entra Borja Jiménez a quitar con dos delantales y una revolera. Tras un segundo tercio sin pena ni gloria, Chacón se dispone a iniciar su trasteo basado en la mano derecha y en seguida el toro le arrebata de las manos la muleta y la ayuda. Por el izquierdo el toro no quiere ni oír hablar del asunto. Chacón va rematando los muletazos hacia arriba, porque el toro le protesta y estos no salen al gusto del respetable, que se impacienta, aunque hay que calibrar las condiciones y el peligro del toro para tratar de hacer justicia al torero. Tras un pinchazo sin soltar en la suerte natural, se queda en la cara del animal en la segunda intentona de la que sale trompicado y herido. Se retira de la Plaza por su propio pie y el toro lo despacha Sánchez Vara, sin fiarse nada de él, de una estocada baja y tendida echándose fuera.

Cesgunillo, número 359 es la segunda cita de Borja Jiménez, un negro de 612 kilos que es recibido con aplausos por su lámina preciosa y al que Jiménez saluda con una larga de rodillas, unas verónicas veloces y una media muy emocionante, mirando al tendido. Alberto Sandoval agarra un buen puyazo y Cergunillo le busca las vueltas hasta que da con el penco y con Sandoval en el suelo. Se queda muy encelado con el caballo caído y no se aparta de su presa hasta que a base de capote y coleo le consiguen sacar. Como suele ocurrir hubo una ovación de gala al penco cuando recobró la cuadripedestación, que el animal agradecería en su fuero interno y, recuperada la normalidad del tercio, Alberto Sandoval provocó la embestida del toro, algo tardo, y agarró otro buen puyazo, recibiendo merecidas palmas. En banderillas se va poniendo más intratable Cesgunillo y cada par es más complicado que el anterior, haciendo hilo sin atender a los capotes. Borja Jiménez se dispone a desarrollar su faena aunque el animal cada vez se va quedando más quieto, ante lo cual Jiménez pone de nuevo a funcionar su valor y su colocación, especialmente al principio del trasteo que el toro se movía algo más. Abusa, quizás, de unos modos algo bastos, pero eso se eclipsa por la verdad que propone en su colocación y en la resolución de los pases. Al final el toro casi no se mueve y Borja opta por el arrimón antes de liarle a Cesgunillo una degollina en la suerte contraria que, por decir algo bueno de ella, no está tendida.



Palha, Jiménez y apoderado