martes, 24 de octubre de 2023

El síndrome de Stendhal


Santa Croce

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

Stendhal, el único novelista (ese oficio extinguido) que hubiera sabido contar el rastacuerismo extático de nuestra Santa Transición, nos legó un “Vibe Shift” de la Restauración francesa (la degeneración moral que va de 1815 a la revolución republicana del 48) y un síndrome… de Stendhal: “Me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”, fue su experiencia ante la Belleza en la basílica de la Santa Croce en Florencia.

El organismo tiene razones que la razón no entiende, y es curioso que haya un síndrome de Stendhal para la Belleza y no, en cambio, para la Ignominia, como se ha comprobado en España con la fotografía de Estado de Pedro y Merche en Viernes, 13, Ignominia a que nos ha conducido, no el sanchismo, que sólo es otra rama de nuestro rastacuerismo extático, sino el 78.

La única disculpa que tiene Dios es que no existe –formuló Stendhal la inferencia que parte de la bondad de Dios y concluye su inexistencia.

La cuestión de la bondad de Dios a la vista del mal del mundo es el problema de la “teodicea”, palabra de Leibniz. Explicación de Odo Marquard a lo de Stendhal: allí donde existe el mal, Dios ya sólo puede justificarse mediante su inexistencia. Es el “Dios ha muerto” de Nietzsche, que en su “Zaratustra” aventuró la causa de la defunción: su “compasión”. Sólo hay compasión allí donde hay sufrimiento: el mal del mundo. Si existe Dios, ¿cómo es que existe el mal? Si existe una Constitución, ¿cómo es que existe la fotografía del Viernes 13?

Sólo un país de peces muertos siguiendo la corriente podía hacer suya esa medianidad totalitaria que es el partido socialista (con su nube, a derecha e izquierda, de “pájaros dentistas”, como los cocodrilos), sobre un pueblo que cambió la tauromaquia por la chivatería porque, muerto, no concibe la bajeza.

Bajeza en todas las venas –respondió Pushkin cuando le preguntaron qué había sentido en su encuentro con el zar.

En 1817, a solas entre los restos de Dante, Maquiavelo, Miguel Ángel y Galileo, Stendhal entró en síndrome y perdió el conocimiento. Hoy la basílica es un hervidero de japoneses (los españoles prefieren las pizzerías) guiados por franciscanos jocundos. Imaginemos aquí, rodeados de tumbas de “famosos”, a dos talcualillos de Estado como Sánchez y Bolaños: serían como Vincent Price y Peter Lorre en la comedia de los horrores de Tourneur, echando cuentas para remover de sus sepulcros a Dante por güelfo y a Maquiavelo por fascista. Y es que la vulgaridad, entre nosotros, siempre tiene razón. Por eso las letras españolas (como dice de las letras cubanas el cubano Pardo Lazo) siempre fueron una absoluta abyección: una literatura cortesana que se pega como una lapa al poder.

Escribir en Cuba es complacer, complicidad. Porque en Cuba se habla y se escribe sólo para dorar la píldora, para endulzar la violencia, para invisibilizarla, disimulando el acto cotidiano de la violación.

Como en España.


[Martes, 17 de Octubre]



Franciscanos jocundos de la Santa Croce