Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo de Djokovic en la Australia de Morrison, ese antiguo presidio sobre el cual parece cernirse “la tenebrosa noche del fascismo” anglosajón, es la versión postdemocrática de lo de Alí en la América de Johnson.
Alí, número “1” mundial del boxeo, puso en solfa el Complejo Militar Industrial, y encima tuvo la insolencia de declararse musulmán. Djokovic, número “1” del tenis mundial, pone en solfa el Complejo Boticario Industrial, y encima tiene la insolencia de declararse cristiano ortodoxo.
España, que ha redondeado una sociedad atroz, contribuye al espectáculo con la pancarta de “las normas son las normas”, que por algo somos el país que, después de dos estados de alarma ilegales, sigue, tan terne, con los mismos políticos y la misma Constitución.
Que “las normas son las normas” no nos viene de leer a Kelsen, sino de oír al cabo de la Guardia Civil que jugaba al tute con Camba. En una partida, salió el nombre de Guzmán el Bueno, y alguien comentó: “Ustedes dirán lo que quieran, pero eso de que Guzmán el Bueno ofreciera su propio cuchillo para que le degollaran al hijo, francamente, a mí me parece una barbaridad”. Y el cabo contestó: “¿Y qué iba a hacer el hombre? Seguramente su reglamento no le dejaba otro camino”.
Ahora que en las Facultades de Derecho sólo se enseña Legislación (¡y se nota!), viene un tenista serbio a cuestionarles a los paisanos de Javi Solana que una cosa son las leyes y otra cosa es el Derecho. De libertad no hablemos, pues los liberalios, que se engorilan con el cirujano de hierro Morrison, nos llaman amanerados, y, después de todo, ¿qué españolejo va a echar de menos lo que nunca ha tenido?
El resumen de la teoría política que se despacha en los medios sigue siendo la que formularon Los del Río, números “1” mundiales con “Macarena” (¡los Clinton la bailaban como los Pinker!), cuando el referéndum de la Constitución europea:
–No la hemos leído, pero votamos que sí porque lo hace la mayoría. Nosotros siempre vamos con la corriente.
[Sábado, 8 de Enero]