LOS FARSANTES DE BRANDEBURGO
El Muro de Berlín lo derribaron la determinación del presidente Reagan y la fe del Papa Juan Pablo II, aunque uno sólo tuvo constancia de ello cuando Oti Rodríguez Marchante volvió del Festival de Cine berlinés con un cacho de cemento grafiteado como "souvenir". (La vuelta de Oti de Berlín siempre indica la inminencia de la primavera).
Mas ninguno de los que hoy celebran el vigésimo aniversario del acontecimiento en la Puerta de Brandeburgo hubieran movido un solo dedo por la caída de aquel "ismo" criminal. Ni Bono ni Baremboin, ni Obama, que es ese tipo que ha retirado del Despacho Oval el retrato de Churchill -inventor del concepto "telón de acero"-, ni Zapatero, que es ese tipo que se parte de risa en Rodiezmo cuando el hermano de Juan Guerra llama "mariposón" a Rajoy o levanta el puñito rodeado de obreros en camiseta a lo Tom de Finlandia para berrear la Internacional con falsete de saeta. El hermano de Juan Guerra era vicepresidente del gobierno español y marchó de viaje para no tener que dar la mano a Ronald Reagan: puro gamberrismo hispánico, del que es perfecto heredero Zapatero, al que hay que ver como al Brian que en La vida de Brian pinta "Americanos idos a casa" en la muralla de Jerusalén.
La gamberrada al uso consiste en comparar el muro palestino con el muro berlinés, como si fuera lo mismo un muro para no dejar salir que un muro para no dejar entrar, matiz incluso al alcance de los cabestros del sindicato de la Ceja, epígonos de una causa que, de haber vencido en nuestra guerra civil, tendría ahora a los españoles tocando el acordeón en los semáforos de Europa, y a las españolas, chupando balanos embravecidos a cinco euros la pieza, ya que a eso se reduce el legado comunista en los países donde triunfó. Pero ¿por qué el nazismo es delito hasta en el fútbol y el comunismo puede quitar y poner calles y homenajes en Sevilla? La respuesta la tienen los farsantes de Brandeburgo.
Ignacio Ruiz Quintano
El Muro de Berlín lo derribaron la determinación del presidente Reagan y la fe del Papa Juan Pablo II, aunque uno sólo tuvo constancia de ello cuando Oti Rodríguez Marchante volvió del Festival de Cine berlinés con un cacho de cemento grafiteado como "souvenir". (La vuelta de Oti de Berlín siempre indica la inminencia de la primavera).
Mas ninguno de los que hoy celebran el vigésimo aniversario del acontecimiento en la Puerta de Brandeburgo hubieran movido un solo dedo por la caída de aquel "ismo" criminal. Ni Bono ni Baremboin, ni Obama, que es ese tipo que ha retirado del Despacho Oval el retrato de Churchill -inventor del concepto "telón de acero"-, ni Zapatero, que es ese tipo que se parte de risa en Rodiezmo cuando el hermano de Juan Guerra llama "mariposón" a Rajoy o levanta el puñito rodeado de obreros en camiseta a lo Tom de Finlandia para berrear la Internacional con falsete de saeta. El hermano de Juan Guerra era vicepresidente del gobierno español y marchó de viaje para no tener que dar la mano a Ronald Reagan: puro gamberrismo hispánico, del que es perfecto heredero Zapatero, al que hay que ver como al Brian que en La vida de Brian pinta "Americanos idos a casa" en la muralla de Jerusalén.
La gamberrada al uso consiste en comparar el muro palestino con el muro berlinés, como si fuera lo mismo un muro para no dejar salir que un muro para no dejar entrar, matiz incluso al alcance de los cabestros del sindicato de la Ceja, epígonos de una causa que, de haber vencido en nuestra guerra civil, tendría ahora a los españoles tocando el acordeón en los semáforos de Europa, y a las españolas, chupando balanos embravecidos a cinco euros la pieza, ya que a eso se reduce el legado comunista en los países donde triunfó. Pero ¿por qué el nazismo es delito hasta en el fútbol y el comunismo puede quitar y poner calles y homenajes en Sevilla? La respuesta la tienen los farsantes de Brandeburgo.
Ignacio Ruiz Quintano