Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En España sólo los niños y los licenciados en “la Complu” dicen las verdades, y tomen nota porque ésta es de las más gordas, pues impugna a todo un Régimen:
–La amnistía se aprueba aunque la mayoría de la sociedad discrepe de la ley –ha dicho Bolaños, el Gerhard Leibholz de la situación jurídica española (“juristas españoles, toreros norteamericanos…. ¡qué tontería!”).
El estado del constitucionalismo español es un diálogo Monty Python de la ministra Montero con la prensa. La prensa: “Los letrados dicen que la amnistía es inconstitucional”. La ministra: “Bueno, y otros dicen que es constitucional”. La prensa: “¿Quién?” La ministra: “El ministro Bolaños”.
Hecha la trampa, hecha la ley. Bolaños es licenciado en “la Complu” y cae bien a los niños porque en él ven al Canijo, el servil animador del Tiñoso, ese compendio de ponerología que funge de malo más malo en “Érase una vez el hombre”. Alguien les dijo que ser malos es ser inteligentes, y ellos se lo creyeron. Ponerología ratonera, de pocas luces, la suya, que ha roto a patocracia en la cual los farsantes comunistas que venían a poner en pie a la famélica legión han quedado para amnistiar a los Pujol.
–Siempre he estado convencido de que el ratón que escapa de la trampa vuelve cojeando a casa con nuevos e infatigables planes para matar al gato –escribió Salinger.
La amnistía bolañesa es obra, pues, del cojonudismo hispánico, dado que la “soberanía popular”, como la famosa republiqueta del mozo de escuadra, “no existe, idiota”. La soberanía, escribe Trevijano, se hizo relativa desde que la libertad y la democracia exigieron, como condición de existencia, la división de los poderes estatales: “Sólo un auténtico demócrata se atreve a proclamar la evidencia de que nunca ha existido, ni podrá existir, soberanía del pueblo”. Luego si en España no se le cae a nadie la “soberanía popular” de la boca, es porque en España no ha habido, ni podrá haber, un auténtico demócrata, que aquí la amnistía se aprueba aunque el pueblo no la quiera.
Donde no hay democracia, que es nuestro caso, soberano es el que decide el estado de excepción (“¡Con qué felicidad le canté entonces al mundo, en el año 1921, esa definición de soberanía!”, anota Schmitt). Bolaños no ha oído hablar ni de Schmitt ni de Leibholz ni de don Nicolás R. Rico, que dedicó el tercer trabajo de su oposición a cátedra a la soberanía: a Bodino le preocupaba de la soberanía cómo compatibilizar “la poderosidad con la juridicidad” del Estado. A Bolaños, no. Poder y Derecho es cuestión que Bolaños resuelve a lo Gil Manzano: “Porque lo digo yo”. En otros términos:
–El poder prevalente en que descansa la soberanía es un “plusquampoder”, porque pone a su servicio los demás poderes; los acumula, y funcionalmente los utiliza “velint nolint” en la dirección que le es grata.
Soberano, como el coñac, es cosa de hombres.
[Martes, 12 de Marzo]