martes, 19 de septiembre de 2023

Aplaudir ¿para qué?

Franco Corelli

 

 Jean Marais



Luis Rubiales


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Aplaudir ¿para qué? Ésa sería la pregunta ontológica de Lenin, porque lo de la libertad, a la vista, hoy, de lo que hay delante (y detrás), resultó ser lo que se llamaba “pregunta capciosa” (“ociosa”, escribía siempre un compañero de Redacción, autor de la mejor greguería involuntaria a propósito de Ágata Lys: “Agata, felina, como su propio nombre indica…”).


    Madame de Staël, para Stendhal “la mujer más extraordinaria que se haya visto nunca”, y que nos perdone Nadia Calviño (no parece lo mismo ser la hija de Necker que la hija de Calviño), tenía el aplauso por lo más grande de la vida, y hacía teatro sólo para obtenerlo.


    –En las bellas artes improvisadas el estrépito de los aplausos actúa sobre el alma como el sonido de la música militar: este ruido embriagador hace circular la sangre más deprisa


    Somos el país que aplaudía a la policía que nos mantenía ilegalmente confinados, y venimos de montar un auto de fe a quienes aplaudieron un discurso… de Rubiales, chivo expiatorio (algo así como “El canto creciente del macho cabrío” de Botho Strauss) de la ley del “Sí-Es-Sí”, obra de un poder sin control político, es decir, una dictadura.


    Para quienes creen que en el principio era el Verbo, que el Verbo estaba con Sánchez y que el Verbo era Sánchez, un amigo de Sevilla, Valenzuela, rescata de “La Gran Armada” de Parker y Martin esta noticia: “Durante la Semana Santa de 1581, un grupo de jóvenes cortesanos de Madrid aprovechó el momento en que apagaban todas las velas de la Iglesia y la congregación hacía gran ruido durante un servicio de ‘tenebrae’ para manosear y besar a las jóvenes que estaban a su alcance. Entre los detenidos, multados con 2.000 ducados cada uno y desterrados de la corte, se encontraba el conde Paredes, dos hijos de don Diego de Córdoba (camarero del rey) y Ascoli (…) Estos malhechores seguían en el ostracismo en marzo de 1588, cuando Felipe convocó a todos los nobles para que se dirigieran a Lisboa y se unieran a la Armada, y aprovecharan la oportunidad de redimirse (o morir)”.


    Francia tiene a Jean Marais, el actor que en un teatro de París, con gran escándalo reseñado por Pemán, sacó la lengua a una espectadora de brazos cruzados mientras todo el público aplaudía. Italia tiene a Franco Corelli, el tenor que saltó del escenario y abofeteó a un espectador que aplaudía… a la tiple, señora Barbier. Y España tiene a Rubiales, cuyo discurso de Gettysburg arrancó aplausos de los seleccionadores de fútbol femenino (Vilda) y masculino (De la Fuente). El primero añadió al aplauso la agravante de expresarse en correcto español, y cayó. El segundo, para amarrarse al puesto, se sometió a un Bujarin, el lúser que en los Procesos de Moscú, “con plena libertad”, confesó “haber envenenado todo el trigo de Ucrania”, y fue ejecutado en el 38 (rehabilitado en el 88).


    ¿Cómo aplaude usted? ¿En la línea de los hombros, como los trepas, o en la línea de la cintura, como los flamencos?

 

[Martes, 12 de Septiembre]