sábado, 4 de junio de 2022

San Isidro'22. Puerto de la Parrilla y Ventana del Asador para Manzanares bonito, Marcos de rosa y plata, Rufo supermoderno y una orejilla del Santo. Márquez & Moore

 


 Rufo y el clavo ardiendo

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Hoy, la penúltima corrida de la Feria de San Isidro 2022, que ya solamente nos queda la de Adolfo Martín para dar por finalizada la Feria, y después el remoquete de la de Victorino en la Corrida de la Prensa, fuera del abono. Dos corridas de toros restan para echar el cierre y una nota significativa conviene señalar respecto de la evolución de la Feria, antes de que se acabe. El ciclo de corridas que han compuesto el abono 2022, tras dos años sin toros, es la sublimación de lo que las mentes pensantes del tauroenjuague pueden concebir.

Sin tener una presión por lo acaecido el año anterior ellos crearon una Feria a su antojo, significada por la presencia, la mayoría de las tardes,  de reses de procedencia Domecq y por los toreros que les convenían para sus enjuagues. Por fortuna la cosa no salió como se planeó porque ahí estuvo Téllez sacando los pies del tiesto, Jorge Martínez dejando unas esperanzadoras notas por encima de su bisoñez y Pepe Escolar enalteciendo, otra vez más,  al toro de lidia. 

El discurso no iba orientado a que lo más reseñable de la Feria fuese por esos derroteros, más bien esos que se han dicho estaban ahí de relleno porque el pastel tenía otras guindas que, por una u otra causa, no han llegado a eclosionar de la manera esperada. La mejor prueba del poco interés por lo previo está en Paco Ureña, triunfador en el año 19 al que se le hace el vacío hasta que él se pide una corrida de seis toros, a ver si suena la flauta de volver a ponerse en circulación, casi a la desesperada. El año que viene la cosa ya ha de cambiar, porque tras una temporada normal las cosas no pueden ser como el taurineo rampante dicte, y aunque su influencia sea mayúscula, será imprescindible contar con combinaciones emanadas del propio discurrir de la temporada.


Hoy el programa oficial número 34 se ahorró recordarnos lo de que Juan Pedro Domecq Núñez de Villavicencio compró a principios de 1930 la ganadería del Duque de Veragua, porque lo que había anunciado en el cartel era la puritita melaza lisarnasia, los toros de El Puerto de San Lorenzo y los jandiblub  de La Ventana del Puerto. Si los primeros cada vez tiran menos a Lisardo ni a Atanasio y se van asemejando a lo que perpetró el señor Domecq con lo que le compró al Duque, los segundos que ya manan de eso ni te cuento. Lo de poner por entre medias al pobre de San Lorenzo en este lío frailuno debe ser porque lo mismo que al Santo romano los despiadados paganos le asaron en una parrilla, el ganado de don Lorenzo y don José Juan Fraile está pidiendo a voces mucha más parrilla que lidia.  Carne al punto, como quien dice.


Para acabar con las alimañas lisarnasias y con el remoquete de Jandilla, qué merendilla, un buen día que estarían de sobremesa en el Sinsombrero o sitio similar, con unas copas de gañote encima de la mesa, alguien concibió una corrida con una confirmación de alternativa, para no hacer abrir Plaza al Manzanares, mismamente la de Alejandro Marcos, que venía estupendamente como prólogo y después del bibelot de Alicante poner al Faraón de Pepino, a Tomás Rufo, como epílogo y como asunto táurico los Puerto de la Parrilla y la Ventana del Asador. La corrida debía tener su interés porque la programaron en viernes, que actualmente es el día estrella de la programación, lo que antes era el miércoles.
 

Alejandro Marcos se vino de rosa y plata con cabos blancos a confirmar la alternativa que le dio el día de Santiago de  2017 el mismo Manzanares en Santander. El lisarnasio de la confirmación es Gañanito, número 130, toro ungido por la estupidez bovina que de él se podría esperar visto su preclaro origen, ante el que Alejandro Marcos presenta las mismas trazas que tantos otros como le han precedido, basando su anodina labor en andar rodeando al toro por las afueras y en pegarse unas carreritas entre pase y pase, él sabrá por qué. La posible faena no acaba de coger vuelo y Marcos nos apabulla con lo tantas veces visto sin que consiga echar a rodar un poco de ilusión. El toro, que ya había andado de huida hacia el 5, acaba en chiqueros donde recibe la ración de muerte a cucharaditas.


La carta de presentación de Malvarrosa, número 92, es quitar el capote al matador. Luego coge a Tomás Rufo en un quite por gaoneras, que se libra de la cogida por la cosa de las fundas, por la falta de precisión en el derrote que esos aditamentos proporcionan. Luego, en la faena de muleta, Manzanares transmite la impresión de que, como Frank Zappa, él está en esto por el dinero, vamos, que ni va a hacer el esfuerzo ni va a dar la impresión de que lo hace. Va desgranando su colección de trapazos el hombre, sin mayor interés que el de dejar pasar el tiempo y adorna su labor con la estética fotogénica que Dios le dio en la cuna, esa elegante compostura a veces se rompe cuando vocea al toro al estilo albañil, pero en general vende su burra al que esté más atento al cuerpo del torero que a su labor con la muleta. Tras unos cuantos telonazos y tras enviar el aviso de que el toro se va sin torear, deja una estocada arriba perfecta que acaba con las horas y los días de Malvarrosa.
 

El primero de Tomás Rufo es Orfebre, número 107, cuya condición blanda y caediza hace prácticamente innecesaria la cosa de la puya. Tras el simulacro y como homenaje a su ganadero se cae con todo el equipo para tapar las bocas de los que decían que los de La Ventana del Puerto no se caían. Brinda Rufo a una señorita que andaba por el callejón con un pantalón verdegay y comienza su labor muletera subrayada por sendas caídas del lisarnasio. Ahora agarra la derecha para acompañar el viaje del toro y prosigue su tarea entre la bronca del respetable y los enganchones que el toro produce. Tras unas monerías por si se las cuela a alguno, más enganchones y pases de esos que se dan por darlos cobra un bajonazo echándose fuera.
 

Ahora vuelve Manzanares a hacerse cargo de Pitillito, número 94, que tampoco es un Hércules. Este torezno anovillado es una especie de hibridación lisarnasia juampedrera, como un chucho de la calle, vamos. Con la trincherilla lo echa Manzanares al suelo, por si cabía duda sobre la fortaleza del engendro, y una vez en pie le remata a base de trapazos con la zurda, sin alma ni nervio. La verdad es que es una pena ver a este torero así, con las condiciones que tiene, pero él prefiere aliviarse y basar su discurso en la estética traída por las afueras, y en acompañar la embestida poniéndose bonito. Cita a recibir y el toro no acude, por lo que se pone al volapié cobrando un pinchazo y luego otro echándose fuera. Finalmente cobra una estocada en la suerte contraria.
 

Con unas verónicas de pata atrás recibe Alejandro Marcos a su segundo, Carcelero, número 119. Mejor que carcelero el toro se debería haber llamado Mona Chita, que le cuadra bastante más. Se pone Marcos a torear en el tercio con el mismo ánimo del que va a echar la Declaración de la Renta, sin plan ni objetivo. ¡Toro!, demandan por ahí, pero eso no sale en el guión del día de hoy. Tras las consabidas carreritas y un me quito me pongo por afuera y de aire bastante vulgar acaba perdiendo la muleta. El final es un pinchazo apuntando a los bajos, un pinchazo delantero, cinco pinchazos más a los bajos, una estocada entera en la suerte natural y dos descabellos.


La tarde avanza inexorable y ya están sonando las chirimías que anuncian la salida a escena de Lirón, número 69, un toro de Atapuerca, como si dijéramos. Su carta de presentación es arrancar el estribo derecho y en seguida echar al suelo a Manuel Sayago con todo el tonelaje equino encima de él. Con la ayuda de 8 monosabios el caballo recupera la vertical y es retirado del escenario. En la segunda convocatoria, Iván García Marugán agarra un buen puyazo, Carretero lidia con eficacia y Fernando Sánchez deja un buen y aplaudido par en su particular estilo, tomando en corto al toro. Cae el toro en el inicio de la faena, pero se recupera y empieza a embestir sin parar, que es lo que Tomás Rufo necesita para echar a rodar su toreo moderno, para ese movimiento constante que tanto aprecian los públicos de la hora presente y que funciona mientras el toro no cese de moverse y no se pare. Para que se vea lo dispares que somos los humanos, lo que hace el diestro a algunos les parece una birria y a otros les entusiasma. Sigue Rufo a lo suyo y el toro se cae y a continuación sigue con la izquierda y lo mismo. Estocada baja es el prólogo a la petición y concesión de una oreja de poquito valor con la que se pone punto final a la pasarela lisarnasia de primavera-verano.

 


 

Lirón pone boca abajo a Manuel Sayago

Un Guernica sin Borja Mari Villel

 

ANDREW MOORE

 


 

Tomando en corto al toro


LO DE MANZANARES

 

 

Es una pena ver a este torero así, con las condiciones que tiene, pero él prefiere aliviarse y basar su discurso en la estética traída por las afueras, y en acompañar la embestida poniéndose bonito


LO DE MARCOS

 



LO DE RUFO

 

 

Cae el toro en el inicio de la faena, pero se recupera y empieza a embestir sin parar, que es lo que Tomás Rufo necesita para echar a rodar su toreo moderno, para ese movimiento constante que tanto aprecian los públicos de la hora presente y que funciona mientras el toro no cese de moverse y no se pare





FIN