lunes, 20 de junio de 2022

La paella de Beckham

 

Beckham en Madrid

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Beckham llegó a Madrid de cuarto galáctico, y la galáctica era Victoria, su señora, a quien Madrid le olía a ajo, lo que le dio fuerzas para pararle los pies a una dama de acrisoladas virtudes que sobrevolaba a su marido:


    –Haga el favor de comportarse como una señora de su edad –le dijo en un gimnasio.


    Y allí ya sólo se oyó el vuelo de una mosca.


    Ahora Bechkam se ha dejado caer en el diván (“The Overlap”) del youtuber Gary Neville, ex United, para confesarse a calzón quitado, con lo que eso supone hablando de Beckham, confiándonos tres secretos: se llama Bob por Bobby Charlton, ídolo de su padre (Cristiano se llama Ronaldo por Ronald Reagan, ídolo paterno, igualmente); cocina paellas “con pollo, calamar, gambas, camarones…”; y es portador de ochenta y un tatuajes.
    

El tatuaje, nos cuenta Jean Palette, es, inicial y generalmente, propio de las sociedades sin escritura: “Solemos decir que son sociedades caracterizadas por un fuerte etnocentrismo, pero tal vez convendría mejor hablar aquí de ‘somatocentrismo’: el cuerpo como principal portador y vehículo de la información y la comunicación”.

 Beckham, que fue un Míchel de Londres con mejor banana, triunfó en el fútbol mediático por su cuerpo como lo había hecho Valdano por su lengua. Beckham, para entendernos, fue el Anti-Iceta, ministro del Deporte español porque de pequeño estuvo federado en tres competiciones, natación, esquí y gimnasia.
    

Futbolero no soy, pero si tuviera que ser de uno sería del Barça femenino –declara el ministro, no se sabe si echado al sol en una piedra en algún lugar de las Islas Galápagos.
    

Los hombres pasan, mas los tatuajes quedan: Palette refiere que el mariscal Bernadotte (1763-1844), fallecido en tanto que Carlos XIV Juan de Suecia, llevaba tatuada en el pecho, recuerdo de su juventud republicana, la frase “Mueran los reyes”, para pasmo de sus ambalsamadores.
    

Veo a Bechkam poniendo un chiringuito de paellas en la playa de Brighton, y de cliente honorífico, a Hazard, que cada año está de mejor año: “Siempre lo he dicho, voy a volver a ser lo que era”. Aunque, bien mirado, ¿qué era Hazard? ¿Un “duque” (“duke”) que comía paella o un tropezón de “pato” (“duck”) en la paella? Una paella de Beckham sería la más cara después de la de Octavio’s en Denia y de la de Barceló en el Sofidú de Borja Luis Villel en Madrid (aquel “Big Spanish Dinner” con su cazuelita de mejillones pegados de los cuales uno desapareció y no se supo más del asunto).


    Otro artista de la paella en el fútbol es Ancelotti, un señor que cuando invita a cenar, en vez de llevarte a un restaurante, te lleva a su casa, donde él cocina para ti mientras te tomas el aperitivo, ese encargado de producir “un falso apetito”.


    Es un triunfo de nuestro carácter que en casa de Victoria Beckham, la de “España huele a ajo”, se presuma hoy de cocina española. Pemán, nuestro mejor escritor de periódicos, que enseñó a escribir artículos a Umbral y que hoy tendría que escribir en un blog, tenía claro que la cocina rica y afrancesada, la del asado y los espárragos, es inodora, pero que la cocina española, la de los potajes “que cunden mucho”, la de “un solo plato abundante”, tiene una inequívoca fragancia racial de cuartel o convento.
    

El convento de los Beckham y el cuartel de los Ancelotti, que con Tchouameni completa la lista de ingredientes para elaborar una paella futbolística de alcance mundial. Valverde, Camavinga, Tchouameni. Pollo, camarones y calamares. Todo lo demás, arroz, que siempre dependerá del punto, que este año seguirá pasando por los arrebatos del fuego de Vinicius (a quien los herederos del “Vuelva usted mañana” de Larra impiden ser español, que esos no cambian) y de las mañas de Benzemá. Ellos, y en medio, “Orbita”, el balón solidario de Puma para la Liga que viene, destinado a ensalzar “la sana obsesión que provoca el fútbol”. Si en Burgos ya te sirven “morcillas solidarias” para tocar el corazón del turismo progresista, ¿por qué no nos van a meter los goles con un “balón solidario”? Miedo me da, sin embargo, que a Tchouameni, fichado por su capacidad para robar balones, le acaben afeando esa actividad por tratarse de “balones solidarios”. A Camavinga los árbitros le sacan tarjetas porque Valdano los tiene convencidos de que Camavinga es un Bruce Lee pasado por Tarantino. Pero robar un balón solidario en el Bernabéu será como robar el cepillo de los pobres en la iglesia de los Sagrados Corazones, y Mateu querrá fungir ante las cámaras de “calbo” contra la “sinjusticia”, que es vaga y queda, y, por tanto, diferente de la injusticia, que es concreta y pasa.


 

The Big Spanish Dinner

Barceló 


EL PUENTE DE CLEMENTE


    Luis Enrique es un entrenador de andamio, que es lo que necesita para formarse una perspectiva, el mismo andamio que ahora necesitamos nosotros para contemplar en la distancia la estela de los dos entrenadores que más influyeron en el seleccionador de Rubiales: Louis Van Gaal en lo táctico, y en lo psicológico, Javier Clemente. “Por Clemente me hubiera tirado por un puente”, confiesa ahora Luis Enrique, que es lo mismo que dijo de Sánchez el pelucón Iván Redondo, con la mala suerte para Redondo de decirlo con Sánchez en el cargo, mientras que Clemente lleva años echando de comer a las palomas del parque en un banco.