domingo, 12 de junio de 2022

Feria del Aficionado en San Agustín del Guadalix. Prietos de la Cal y Peñajaras para Sánchez Vara, Damián Castaño e Imanol Sánchez, con un tercio de varas de Gabin Rehabi que valió la tarde. Márquez & Moore


 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Cuando en la taquilla de una Plaza de Toros ves un cartel que dice: “En este festejo todo el mundo ha pagado su entrada. No hay invitaciones”, ya sabes inmediatamente que te encuentras a un millón de años luz de la brasa del taurineo que nos rodea por tierra, mar y aire. El Club Taurino 3 Puyazos tuvo la idea y los arrestos de poner en marcha la primera “Feria del Aficionado” en la pequeña Plaza de San Agustín del Guadalix, inaugurada por Pepín Jiménez, me recuerda Pepe Campos, y a ella acudió lo que se entiende por “el aficionado”, que es, como bien sabemos, una especie en vías de extinción. Muchas veces habíamos hablado de por qué nadie se aventuraba a organizar una corrida “torista” cerca de Madrid, en Aranjuez decíamos siempre, y al cabo de los años he aquí aquella conversación puesta en pie por un grupo de aficionados, sin peajes que pagar, una iniciativa que sale del más puro romanticismo.
 

Antes, para demostrar bien a las claras que el rey va desnudo, en pelota picada, los del Club Taurino 3 Puyazos quisieron hacernos el regalo de conseguir que se reabriera la Venta del Batán, donde tantos aficionados se han gestado y donde tanto hemos aprendido, y resulta que allí estaban las corraletas con los Veragua de Prieto de la Cal y los ….. (ponga usted lo que le parezca en la línea de puntos) de Peñajara y no había ningún problema, y todo el mundo que ha pasado por allí se ha hecho la misma pregunta: ¿por qué razón se dejaron de llevar los toros a El Batán?


A las siete de la tarde se anunció la corrida de toros en la que Sánchez Vara, Damián Castaño e Imanol Sánchez se las verían con los de Prieto de la Cal y Peñajara, tres y tres. A las siete y dos minutos un solitario alguacilillo, más vale solo que mal acompañado, hacía el despeje de Plaza y encabezaba el paseíllo, por detrás las cuadrillas, los picadores en caballos enfaldillados y detrás caballos sin los petos, para que se viese cómo es un caballo, que muchos lo ignoran. En el piso de la Plaza habían pintado unas líneas a diversas distancias con el fin de significar que, en honor al nombre del propio Club, se iba a tratar de ser generoso en el primer tercio. Lo de que los toros irían al menos tres veces al caballo era algo que nadie podía poner en duda.
 

Lucero, número 84, de Prieto de la Cal es el que rompió Plaza. Remiso a la cosa del caballo, acudió por tres veces al cite de Navarrete (Francisco Javier) de manera bastante mecánica desde las diversas distancias a las que Sánchez Vara le fue dejando, sin emoción diríamos. El veterano diestro tiró de oficio y se sobrepuso a todos los que le indicaban desde diversas partes de la Plaza lo que debía hacer, de manera totalmente contradictoria a veces, que tiene tela lidiar con todo ese elenco de bienintencionados, particularmente los que le llaman “Javi” tras dictarle la instrucción. El cuarto fue Masapan, número 17, un serio Peñajara colorado que echó al suelo a Navarrete (Adrián) en el primer encuentro, al que acudió con fortaleza y alegría, como el AVE cuando pasa por Puertollano sin parar. Luego, Navarrete se las vio por tres veces más con Masapan, tomándose su tiempo, dejándose ver y moviendo con soltura el caballo, por lo que recibió los sinceros aplausos de la afición. En la cosa de la muleta Sánchez Vara volvió a tirar de oficio, soportó con estoicismo los “Javi esto, Javi lo otro” y, al ser el toro más encastado y dar menos facilidades que el otro, favoreció en mayor grado la tauromaquia bélica del alcarreño. Mató mal Sánchez Vara en sus dos toros y, a cambio, ejerció de director de lidia con madurez. Al toro, que tuvo una muerte espectacular, se le dio la vuelta al ruedo. También la dio Sánchez Vara, acompañado de Adrián Navarrete.

 
El primero de los de Damián Castaño era el Peñajara Pelón, número 103, un toro muy serio, colorado ojo de perdiz que se presentó ante la afición sacando las tablas del burladero de capotes y que acudió con vigor y alegría al caballo, donde empujó con ganas. Mucho más suelto que en San Isidro, donde se le vio bastante envarado, Castaño presentó sus credenciales al Peñajara con la mano derecha y ahí fue labrando al toro, que desde luego no era una mona ni mucho menos, tomando sus precauciones y sus ventajillas. Lo mejor vino cuando se cambió la muleta de mano para obtener una estimable serie corta de naturales, encajado y ligando muy toreramente y rematando con un pase de pecho. Cuando vuelve al toro con la intención de seguir por naturales, el toro le protesta enganchándole el trapo y Castaño vuelve a la diestra en las mismas condiciones que antes. No hace la suerte y se queda en la cara del toro al matar. Ligero, número 5, era el Prieto de la Cal que le tocaba en segundo lugar, pero su blandura llevó al señor Serra, Presidente del festejo, a sacar el pañuelo verde, un pañuelo de verdad, no un trapo, y dar su oportunidad a Aguardentero, número 4, un jabonero cinqueño que, al igual que sus hermanos, acudió al caballo como diciendo: “me gusta, pero no me apetece”. Frente a la franqueza de la embestida de los Peñajara, la reticencia y, si se permite la licencia, la sumisión con la que los de La Ruiza iban al cite de los del castoreño, iba decantando los cariños de la afición hacia los toros de don Antonio Rubio. Damián Castaño plantea ante Aguardentero una faena corta, muy inteligente y, si se quiere, con su cosa artística, que no es lo normal en toreros del corte de los de esta tarde. Castaño se da cuenta de la condición del toro y decide ir proponiendo los pases de uno en uno, mano derecha, buscando la posición y largando trapo. El toro los acepta así, porque no está dispuesto a iniciar una segunda embestida, y Castaño en seguida se da cuenta de esa condición. Un solo natural en el que el toro se le viene encima con todo le desengaña de continuar por esa mano. De nuevo mata mal, quedándose en la cara del toro, sin cruzar y, cuando el toro dobla, da una vuelta al ruedo.


El tercero de la tarde, primero de los de Imanol Sánchez, es Carasucia, número 63, de capa albahía. En cuanto al paso por el caballo de Sandoval, dando por sentadas las tres entradas al caballo, podemos decir que es el menos interesante de los seis tercios de varas de la tarde en cuanto a la ejecución por parte del picador. Las características del toro respecto de sus intenciones ante el primer tercio son bastante similares a las de sus hermanos de armas, siendo acaso éste el que ha desarrollado un juego algo más interesante. El toro canta su condición durante la brega que le da ese excelente peón que es Marco Galán, cuando le prepara para el tercero de los pares de banderillas el toro le hace un extraño, sorprendiéndole. Ahí parece que el toro se ha enterado del engaño que hay tras de las telas y eso queda más de manifiesto cuando Sánchez inicia su trasteo de muleta, donde no recibe la más mínima ayuda del toro, y por más que lo intenta se ve de manera clara que lo mejor que puede hacer es igualar al toro y cobrar una extraordinaria estocada entera y hasta la gamuza. Su segundo, el que finalizaba el festejo, era Peloverde, número 96, de Peñajara, castaño, listón y bien puesto. Con este toro Gabin Rehabi realizó un memorable tercio de varas, moviendo al caballo como si estuviéramos en un concurso de doma y mostrando, con la ayuda del toro, lo emocionante que puede ser el tercio de varas si se realiza con ganas y con conocimiento. La primera vara, con el toro galopando con fuerza, agarrada en la yema nos puso de pie en los asientos. Inolvidable. En las otras tres, Rehabi movió al caballo más de lo que se han movido todos los de la Feria de San Isidro, buscando siempre el puyazo certero en el morrillo, que a la velocidad que venía el toro unas veces se consigue y otras no. El tercio de varas de este sexto vale por sí solo el precio de la entrada. Luego Imanol Sánchez comienza su valiente porfía con el toro sin rehuir la pelea, pero entre que la noche se iba adueñando del escenario y que no parábamos de hablar de Rehabi, su labor se quedó un poco desdibujada. No obstante se debe señalar que se esforzó en sacar los muletazos de uno en uno, con valor y exposición y que mató con habilidad y de forma eficaz y no dio la vuelta al ruedo por más que un energúmeno con voz de tenor le gritó en innumerables ocasiones, muchas más de las necesarias, que se la merecía.
 

Una estupenda tarde de toros nos han dado los miembros del Club Taurino 3 Puyazos a los que animamos a continuar en este camino. Ya está hecha la siembra; que no quepa duda de que el año que viene acudirá más gente.

 



 

ANDREW MOORE

 

 


 
 
 
 
 
 
 
El caballo de Rehabi también salió a recibir su ovación


FIN