Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El sanchismo cultiva “ese patético dulce, teatral, un poco falso, oportunamente nacido para conquistar los transportes de la incipiente sensibilidad burguesa”, que decía Sánchez Mazas y que tan bien le funcionó a Ayuso.
Dicen que es cosa de Bolaños, o Bañuelos, el Roy Cohn de Aluche, un laboralista como Gonzalón metido a árbitro de fútbol como Mateu Lahoz en su barrio de la Colonia Lourdes, donde “los elefantes andan descalzos y no usan paraguas”, en visión de Pedro Touceda, que la biografió.
Primero fue la genialidad de la alpargata antidorsiana y menestral en el augusto pie presidencial (¡el de los puntapiés!), y luego, la genialidad de ese mamotreto jurisprudencial del Aranzadi “distraído” (como olvidado por Bolaños, o Bañuelos) sobre la mesa presidencial (¡la de los decretos!) como Platón sobre la mesilla de noche de Sofía Mazagatos. ¡El sanchismo en lucha contra la equivocidad de las palabras “legal” y “legalidad”!
–Rudolf Smend, buen conocedor de la historia constitucional alemana, describió a los alemanes como un “pueblo patéticamente necesitado de legalidad” –nos recuerda Schmitt, opinión que Smend repetía en sus conferencias.
El españolejo comparte con el alemanote la misma “ansia de legalidad enternecedora” que da por liebre democrática el gato del Estado de Partidos, en el cual “la revolución legal se hace permanente, y la revolución estatal permanente se hace legal”. Todas estas inclinaciones y tendencias de carácter general ayudan, según Schmitt, a explicar el hecho de que precisamente Alemania se viera arrastrada a la catástrofe por un concepto de legalidad puramente estatal y funcionalista, aun cuando también otros países conocieron un aparato de Estado centralista, el positivismo jurídico y la cesura entre derecho y legalidad.
Es el “¡juristas tiene el Estado!” de Revilla para legalizar el fascismo como ramo de la salud. Y es el tabarrón de Casado con su ley de pandemias “para restringir los derechos”, incluido el derecho a toser.
[Miércoles, 25 de Agosto]
