Sohrab Ahmari y David French
Hughes
Abc
La cuestión sobre el pin parental ha recordado una polémica reciente en el conservadurismo americano, una disputa entre Sohrab Ahmari, un periodista de origen iraní convertido al catolicismo, y David French, escritor político y abogado ocupado mucho tiempo en defender la libertad religiosa en Estados Unidos. Su debate alcanzó cierta relevancia en el ámbito conservador y recuerda en algo lo del pin parental porque todo todo se originó por la airada reacción de Ahmari contra una clase sobre historia de los Drag Queen que se iba a impartir a público infantil en una biblioteca pública. Ahmari reaccionó con gran desagrado e inició una polémica contra French, conservador como él pero mucho más permisivo.
La cuestión sobre el pin parental ha recordado una polémica reciente en el conservadurismo americano, una disputa entre Sohrab Ahmari, un periodista de origen iraní convertido al catolicismo, y David French, escritor político y abogado ocupado mucho tiempo en defender la libertad religiosa en Estados Unidos. Su debate alcanzó cierta relevancia en el ámbito conservador y recuerda en algo lo del pin parental porque todo todo se originó por la airada reacción de Ahmari contra una clase sobre historia de los Drag Queen que se iba a impartir a público infantil en una biblioteca pública. Ahmari reaccionó con gran desagrado e inició una polémica contra French, conservador como él pero mucho más permisivo.
De fondo había otra cosa. Ahmari había evolucionado hacia posiciones trumpianas y French es un reconocido “nevertrumper”. Los never trumpers son esos conservadores que se opusieron a Trump, perdieron, y siguen en sus trece, casi siempre en la órbita intelectual de los neocons, el mundo de los Bush y el establishment republicano que Trump pulverizó. Su inquina contra el presidente casi supera la de la izquierda y su crítica patrimonializa lo liberal y lo conservador (esto nos suena). Hay en ellos también una apelación a las formas, al entendimiento, la concordia y la suavidad. Una cierta blandura condescendiente y “tercerista” que intermedia, que “centrea”.
Además del asunto en cuestión, esa hora infantil de historia drag, el mencionado reproche de Ahmari, que casi tenía algo de personal, abría un debate de fondo sobre cómo debería ser el conservadurismo en una época de “guerras culturales” (odiosa expresión). Para Ahmari, muy beligerante, la actitud de French, cordial, civilizada y sonriente, ya no serviría: o la derecha opone una resistencia firme o será barrida.
French, por su parte, planteaba una defensa caballerosa y liberal que acertaba quizás en el caso concreto, en esa cuestión de los drag queens. Le demostraba a Ahmari que las posibilidades de prohibición eran pocas, contrarias a la libertad de expresión y, en último término, nocivas. Esto nos permite ya entender algo en relación con la polémica española. Vox, que sepamos, no ha hablado de prohibir nada. Ha hablado de ejercer el derecho del padre a decidir la asistencia del niño a una actividad extracurricular.
Esto es importante, porque lo que está habilitando con ello es una posibilidad de objeción ideológica o religiosa a determinados elementos “anexos” al sistema educativo. Por eso, la traducción que el diario El País ha ofrecido a la izquierda, “veto educativo”, es poco precisa y exagerada. En principio, y si se ha entendido bien, no se veta nada, se arbitra la posibilidad de una objeción personal. Es decir, se enriquece el ámbito público permitiendo que una sensibilidad religiosa exprese sus puntos de vista. La postura de Vox estaría más cerca del liberalismo de French que del prohibicionismo de Ahmari. O lo que es lo mismo, es una postura no agresiva, sino defensiva.
Ese debate Ahmari-French, no siendo demasiado sofisticado, no alcanzando un gran vuelo intelectual, en el fondo planteaba más cosas: era un debate sobre el liberalismo y a la vez una discusión sobre los modos posibles del conservadurismo, porque el primer escenario de la “batalla cultural” (de nuevo, odiosa expresión) es la derecha. El primer estadio o escenario de esa guerra es la propia derecha. Así, contra los argumentos que menosprecian la cuestión del pin como una simple “cortina de humo”, el asunto se presentaba más bien como la invitación para un debate pertinente y más profundo, uno de esos debates (y aquí estoy siendo plenamente yo) que el mundo periodístico y cultural vinculado al PP ha suprimido por completo de las posibilidades neuronales de su votante.
French parecía tener razón. No se puede prohibir esa charla drag, ni se debe. Y Ahmari tenía también su parte de razón: esa charla es símbolo de algo: el liberalismo, guiado por el progresismo, acaba barriendo del espacio público las opciones conservadoras y religiosas. Ya no se trata de que otras formas de entender el mundo sean permitidas, se trata de que esas formas sean impuestas a los demás. Es decir, ante esa realidad amenazante que el autor veía expresada en la charla, ciertas experiencias conservadoras tendrían que defenderse, deberían reaccionar frente a su programada eliminación pública. Ahmari, los Ahmari de turno, piden un combate firme, de igual a igual con el progresismo, que pasaría por un rechazo de ciertos frenos liberales. Eso que a veces alegremente se llama “iliberalismo”. Su actitud podría resumirse también como una toma de conciencia plena sobre la cuestión candente del presente: la guerra cultural existe y ya se trata de mera supervivencia; en el progresismo no habría una voluntad de convivencia, de ecología cultural, sino de supresión. Los argumentos de los French, liberales en forma y fondo, pero dóciles, sin iniciativa, deberían entonces ser combinados con los otros para aspirar a tener alguna eficacia. ¿Razones liberales y actitud reaccionaria? Quizás ahí estaba ofreciéndose una síntesis posible del debate. Ese era un potencial producto del mismo: esa actitud y esas herramientas.
En realidad, la actitud de la derecha actual ya sólo es defensiva. Cierta parte de su mundo, ese conservadurismo de inspiración religiosa, va perdiendo pie, se está convirtiendo en una minoría. El mundo gira en otra dirección. Al final, y quizás así se puede ver lo de Vox, su emergencia “beligerante” no es más que el recordatorio de que el espacio liberal debe permitirles ser, existir. Es decir, y traduciendo a España: las peticiones de Vox son liberales en sí mismas. Una apelación liberal.
Lo iliberal es barrer las sensibilidades conservadoras imponiendo una religión de Estado secularizada. La antropología detrás del feminismo, los comportamientos identitarios y LGTBI, con ser respetables y mayoritarios, ¿pueden pasar de ser tolerados a ser impuestos? ¿Es realmente liberal una educación que parte de esos presupuestos filosóficos y culturales? El liberalismo progresista puede conducir al deterioro del propio liberalismo, así que la restitución de puntos de vista conservadores lo enriquece, lo refuerza, lo pluraliza. Por eso, cuando abusan de la palabra “liberal” desde las posiciones de “centro” o del llamado “centroderecha” puede que estén haciendo un favor muy flaco al liberalismo al identificarlo plenamente con su vertiente progresista. Puede que lo estén reduciendo. O dicho de otro modo: algunas aportaciones de Vox no sólo son liberales, es que pueden ser necesarias para el liberalismo, para su reforzamiento, aun a sabiendas de que a la larga el liberalismo acabará reduciendo su lugar en el mundo.
Hay algo melancólico en esa resistencia en ese recurrir a lo que acabará con uno mismo; una actitud que asume que las “guerras culturales” son en realidad guerras de resistencia, numantinas. Conflictos por la preservación, por el mantenimiento. La diferencia está en que el llamado liberalismo, lo que aquí se presenta como liberalismo (como una marca registrada por cierto establishment), está sirviendo para no dar esa batalla, cuando probablemente lo liberal sea lo contrario: lo liberal sea darla, y quizás sólo se pueda dar desde el liberalismo y con argumentos liberales. O de otro modo, y siendo redundantes: las exigencias conservadoras son en sí mismas liberales y además refuerzan el liberalismo. De alguna forma, esa “guerra” (odiosa expresión) se libra o debería librarse, se está librando, de hecho, en el ámbito de la derecha. El primer campo de batalla es la propia derecha: el liberalismo real contra su apropiación seguidista y degenerada de progresismo. Este es el momento español, y lo del pin parental nos lo recuerda.