domingo, 19 de enero de 2020

Del Gobierno socialcomunista y la elocuencia del cuerpo


 

Martín-Miguel Rubio Esteban
El Imparcial


El actual gobierno de España, un gobierno socialcomunista, pilotado al alimón por el comunista bolivariano Pablo Iglesias y el izquierdista socialista Pedro Sánchez, se ha formado sin quebrantar por el momento la Constitución vigente, y obteniendo en el Parlamento dos votos más que los que no lo querían. Justo es reconocerlo. “Todavía” no han conculcado la Constitución ni tronchado el régimen político. Todo se ha ido desarrollando bajo el Imperio de la Ley y de las normas. Pero comienzan a vislumbrarse algunos gestos preocupantes que apuntan a eso, a destruir el régimen que los ha aupado, si bien se agradece sinceramente la corbata del Ministro José Luis Ábalos con la bandera de España en su toma de posesión. Pero cuando el gesto y el rostro no se acomodan al texto político no hay que confiar en las palabras. Aparte de la continua silabofagia de la yunta que nos pilota, el ensanche excesivo de la abertura de la boca nos muestra dientes peligrosos y se clavan los ojos en tierra cuando una pequeña barbarie parlamentaria los apoya (“deiecti in terram oculi”). Ojos y cabeza discrepan de la restante inclinación del cuerpo. Si aplicamos la chironomía, o arte de regular los gestos, nos entra el pánico ante lo que pueden hacer estos gobernantes, de acuerdo a lo que sus gestos nos indican, como el semblante tenso y hostil del Dr. Sánchez mirando al Rey durante la Pascua Militar. Para Cicerón el cuerpo también puede ser elocuente, “corporis eloquentia”. Y suele decir más verdades sobre el alma que lo habita. Y efectivamente ahora es el momento de interpretar los gestos del gobierno y no la letra de sus declaraciones, a la que hay que dejar suelta y sin trabas al menos durante los cien días a que nos obliga la cortesía.

No importa tanto qué objetivos políticos hemos compuesto dentro de nosotros mismos, como el modo en que son transmitidos, porque es el modo el que mejor nos define, el que más exactamente habla de nosotros. Y por el modo de transmitir su programa el nuevo gobierno, este gobierno se constituye en un gobierno de tragaldabas. Personalmente creo que hasta un discurso mediocre, si se representa con las reglas del arte que nacen del corazón, producirá más impresión para las almas honestas que el mejor desprovisto de la excelencia de los buenos modales. Eso explica que haya habido grandes oradores antiguos, como Hortensio y Craso, inmensamente aplaudidos por sus contemporáneos, según Quintiliano, y que posteriormente no se les encontraba un texto tan digno como para merecer aquel aplauso. Y es que en el texto no están la voz, ni la mirada, ni los movimientos de las distintas partes del cuerpo. Son los ojos que ven la mirada y los ademanes del político y los oídos que oyen el tono y el timbre con el que el político pronuncia su discurso los que realmente atrapan los sentimientos del elector. No hay eufonía en el timbre de las voces del doctor Sánchez y el bolivariano Iglesias, porque sus timbres son oscuros, ásperos, rígidos, confusos, y en uno de ellos incluso se llega al afinado timbre vocal de un eunuco cuando conviene a la ocasión. Por el acento podemos distinguir a los hombres como a los metales por su tintineo. Cicerón en el Brutus sostenía que los que ladran no deberían pronunciar discursos (“latrare, non agere”). Y es que es la voz la mejor reveladora del alma y sus inflexiones denuncian los movimientos de la misma.

Por otra parte, el rostro, facies, aunque consta de poquísimas partes, quamquam ex paucissimis constat, tiene una ilimitada multitud de diferencias e infinitos matices, que nos sugieren el alma que hay detrás de la cara. Y las caras en movimiento de ojos y boca del nuevo gobierno entrañan ordinariez, avaricia, ladina astucia, malignidad, vulgaridad, tosquedad, rencor, y sólo en seis rostros vislumbramos cierta nobleza, dignidad, inteligencia blanca y buena intención. Dientes apretados, dentadura de lobo, desfachatez en la inclinación de la cabeza, mirada de zorro, nariz petimetre, rencorosa boca y ojos siniestros. Desde luego no es una coreografía de movimientos y ademanes bondadosos este batallón de ministros, salvo media docena de excepciones. Particularmente agradable es la naturalidad con la que se desenvuelve Manuel Castells. Su rostro puede soportar el infortunio, pero jamás el aburrimiento. Cuando de joven se ha sido coherente, de mayor se ven las cosas con naturalidad, con distanciamiento, con la sabiduría de la experiencia. Pero sólo los que de jóvenes no se han traicionado a sí mismos, porque si lo han hecho serán los viejos más falsos e hipócritas.

El Ministro del Interior suele echar la cabeza para atrás en su asiento parlamentario; lo cual pone de manifiesto una actitud arrogante (“supino adrogantia” ). También tiene ojos de zorro. Los gestos y ademanes deben estar en consonancia con la voz, y estar a su vez al servicio del alma. Pablo Iglesias suele, cuando predica o censura, modular la voz como un cura de pueblo fariseo que riñe sin ejemplo personal a sus feligreses por no ser buenos. A favor suyo, no obstante, habría que decir que nunca cae en la “monoeidía” o uniformidad de tono y timbre, sino que tiene distintos registros de los que sabe echar mano para cada ocasión. De ahí su éxito. En sus propias interrupciones parentéticas (“interiectiones”) es donde reside el verdadero discurso de su alma ambiciosa. José Luis Escrivá tiene los ademanes y la voz del alto funcionario aseado. Arancha González Laya ha sido la más estridente, y nos dará grandes días de gloria, si los periodistas tienen la paciencia de los que van a pescar. La Retórica clásica sostenía que la mano con el puño cerrado es signo de arrepentimiento o de ira, en cuyo caso no desdice que salga la voz como asida entre dientes.

“La mano izquierda jamás realiza por sí sola un ademán correcto” (Manus sinistra numquam sola gestum recte facit ) (Quintiliano).