sábado, 1 de junio de 2019

En la muerte de José Antonio Reyes

Hasta siempre, monstruo

Francisco Javier Gómez Izquierdo

      La feria y la “caló” suelen entumecer la voluntad por lo que recién llegado de los “mandaos” de esta mañana de sábado me he apoltronado en el sofá a ver el desfile de Sevilla y dejando para luego el poner algo sobre el Osasuna que nos ganó anoche con los reservas. De repente, ahora mismo, a mi chico le sale un ““host...” Reyes ha muerto”.

      Creía que Martín Prieto, al que leí con auténtica devoción cuando andaba por América, había hecho el cupo luctuoso del día, pero no, en la jornada de la fiesta grande del fútbol tenía que morir uno de los futbolistas más geniales que hayamos disfrutado. No tengo el cuerpo para poner adjetivos que reflejen la excelencia que fue porque siendo muchacho él (15 años) un servidor iba a ver el niño prodigio que me describían compañeros sevillistas. Ya saben que Marcos lo ponía a sacar faltas de cadete con la primera plantilla y que debutó con 16 años y que los grandes clubes se volvieron locos ante tanta clase como derrochaba aquel niño que sonreía, sonreía y sonreía, pero hablaba lo justo. Su trayectoria es conocida, mi admiración -llegué a decir hace 15 años que iba a ser el mejor futbolista español- como la del sevillista más acérrimo y ayer en un saque de córner de Javi Lara, que fue gol de Alfaro, otro palangana, comenté a Pepe que el año pasado Reyes nos arregló casi todos los partidos. Andando. Con un córner, una falta, un pase sólo al alcance de prestidigitadores y gol... de Guardiola, Piovaccari o él mismo. Los cordobesistas que no quisieron ver ayer a un equipo de Primera ganar a su equipo de 2ªB y que los pocos que fueron, abandonaron El Arcángel al cuarto de hora, con un 0-2 en el marcador fueron los mismos a los que la magia de Reyes arrastró el año pasado hasta llenar El Arcángel con miradas cómplices al extremo que nos sobrecogían, con un calibre y un punto de mira que sabíamos que existían porque los veíamos en la tele y ¡no he de guardarlo!, con un aire picaresco que nos enternecía y nos empujaba a perdonar sus kilitos. Total, gordito y andando resolvía lo que entre seis fibrosos corriendo.

      No quiero perder la perspectiva y tengo que confesar que no me acababa de convencer que condujera un Ferrari, que cambiara tanto de equipo, que se entendiera tan bien con ciertos personajes del fútbol, pero para mí ha sido uno de los futbolistas españoles de mayor talento y  sin duda, el último que me ha hecho disfrutar del fútbol en directo. Ésto último porque dicen que su padre, bético en la intimidad, no quería morir sin ver a su hijo con los colores verde y blanco. En vez de verdiblanco se vistió de blanquiverde. ¡Qué buenos ratos pasamos, José Antonio!

     Descanse en paz.