Ignacio Ruiz Quintano
Abc
No me gusta la gente que abraza, pero el español es muy de abrazar, lo mismo farolas que almohadas, y contra eso no se puede luchar.
–¡Quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar! –cantaba María Trinidad Pérez de Miravete-Mille y Pascual del Riquelme, Mari Trini, nuestra Piaf de Caravaca de la Cruz, Murcia, pronto Estado soberano, de salir adelante el plan federativo del académico Cebrián.
Sean Penn, el gafe de Santa Mónica, abrazó al gorila Chávez, que murió, y al Chapo Guzmán, que ha vuelto al túnel. Mejor, pues, el torero César Girón, que al arrancar el paseíllo gritaba: “¡Cornás pa tos, hijos de p…!”
En el Congreso, que hoy abre de nuevo, tienen de cara de Bélmez “El abrazo” de Genovés, cuadro horroroso que hace de “Guernica” de la Transición. Si el “Guernica” era una corrida de toros, “El abrazo” sería una cena de cuñados, y entre la gente joven sólo Hughes ha sabido ver en él la antidemocrática faz del consenso, que acaba con cualquier necesidad de la política.
¿Existe un abrazo español?
–Cierro esta carta, no con un saludo romano, sino con un abrazo español –escribió José Antonio Primo de Rivera a Juan Ignacio Luca de Tena en su controversia pública por el fascismo (José Antonio) y el liberalismo (Juan Ignacio).
Estrepitoso fue el abrazo del propio José Antonio a Indalecio Prieto en el Congreso, tras la apasionada defensa hecha por el asturiano de la unidad nacional atacada por la minoría vasca.
–Veinte mítines y cincuenta conferencias gritando que la Falange no es de izquierdas ni de derechas no se habrían entendido como este abrazo a don Indalecio –explicó Primo de Rivera.
Pero hoy vendría más al pelo el abrazo de una hora en Pinto de Serrano a Pavía, derrotado en Alcolea, “llorando juntos los males de la patria”, ya que, herido en la boca, Novaliches no podía hablar, mientras el sentido pueblo español berreaba: “El general Novaliches / en Córdoba quiso entrar / y en el puente de Alcolea / le volaron las quijás”...